Ersi Sotiropoulos: «Qué queda de la noche»
por Mercedes Martín
(Sexto Piso, 2017)
París, 1897. Cavafis se toma tres días, fuera de Alejandría, para visitar la cuna de la lírica moderna. Son tres días para pasear y charlar desapasionadamente porque afectar apatía está de moda entre las clases acomodadas. Él y sus compañeros casuales visitan los lugares de moda y los circuitos reservados a los más entendidos, de dudosa reputación. Conversan sobre Grecia y la crisis política que la atenaza, sobre el Cristianismo ortodoxo, sobre Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire, sobre el caso Taxil y el caso Dreyfus, la Comuna de París y las sesiones de espiritismo, el hobby de las clases pudientes. Y, mientras estos temas sumergen al lector en la atmósfera de la época, él, Cavafis, permanece silencioso, inmerso en sus pensamientos: recuerdos infantiles, amores sin esperanza, deseos vanos, tristeza infinita de lo que es su vida actual en Alejandría. Su casa paterna, su familia venida a menos, su madre encamada, sus días iguales de oficinista triste, concentrado en su poesía como única concesión a sí mismo lo esperan a su vuelta.
¿Qué le pasa, que no es él? ¿Es un cobarde? ¿Un ser apocado que finge todo el tiempo que es el hijo ideal, el oficinista aburrido perfecto, sin más ambición que una triste vida volcada en sus papeles, que corrige una y otra vez?
Ersi Sotiropoulos escribe para indagar en qué lleva a una persona a renunciar a sí misma, y para demostrar su tesis de partida: que el origen de la poesía cavafiana está en el deseo, en la carencia. Mientras Cavafis escribe sobre grandes emperadores pillados en su peor momento, más humanos que nunca, habla de la perfección que él anhela: el deseo incumplido. Y no solo de la perfección de su obra, sino la de su vida, una perfección imposible, llena de agujeros. Cuando escribe sobre grandes civilizaciones venidas a menos, habla de su propia historia y la de todos aquellos que ven derrumbarse ante sus ojos sus grandes esperanzas juveniles. Habla casi siempre del esplendor de la juventud apagándose mientras el tiempo corre en nuestra contra porque hemos decidido no amar, no sentirnos vivos.
Cavafis era homosexual y, aunque su tiempo sofocaba cualquier aspiración suya de llevar una vida plena, él tampoco tuvo el coraje que otros tuvieron para vivir a pesar de todo. Así, vemos a Cavafis frotar hasta hacerse daño el brocado de un sofá porque no puede acariciar a nadie, lo vemos arrodillarse ante la puerta de una habitación de hotel porque escucha los sonidos de amor de una pareja feliz, y dormirse allí arrodillado, lo vemos caminar por la calle perseguido por un viejo que lo mira intrigado para comprender al momento que en realidad lo persiguen sus fantasmas. Lo vemos solo, terriblemente solo, aunque pasee entre la gente. Imaginamos junto con la autora el contexto de cada poema, cuál fue su inspiración. Y es tanto el talento de Sotiropoulos, tanto el talento de sus traductores al español, que no podemos sino seguirle hipnotizados, recorrer su laberinto interior para descubrir en cada esquina una metáfora nueva cargada de sentido.