Retratos: Julia Sáez-Angulo
por Redacción
Como crítica de arte, siempre le fascinó el personaje del poema Peregrín cazador de figuras, del peruano José María Eguren y de la misma manera ella busca historias que contar, por lo que está atenta a la narrativa oral de la gente. Necesita escribir cada día, siguiendo el aforismo latino Nulla dies sine línea, ningún día sin línea. Si nos adentramos un poco, vemos que escribe más que el Tostado –Alonso Fernández de Madrigal, ese personaje abulense del siglo XV, de quien se dice que escribía al menos una hoja de pergamino al día. Su efigie está esculpida en el trascoro de la catedral de Ávila.
Julia Sáez-Angulo (La Rioja, 1946) presume de su buen bachillerato que le enseñó los clásicos, interna en un colegio de la Compañía de María de Santa Juana de Lestonac (sobrina de Montaigne), colegio que fundara en La Rioja una tía suya, la madre Marijuán. El convento fue incendiado por un pobre diablo que se hizo una foto con la lata de gasolina al lado, antes de comenzar la proeza durante la guerra civil de 1936. El colegio fue reconstruido y allí ella tradujo a Homero y a Virgilio. El latín le pareció, por encima del griego, la lengua más concisa y hermosa que se haya hablado en el planeta. Hoy es solo lengua viva en la Santa Sede, pero nutre lenguas romances como el español.
En Filosofía sacaba matrícula de honor, la llamaban en clase la filósofa, pero, cobarde, no se atrevió a estudiar Filosofía pura, por temor a que le patinase la mente. A los 16 años no se fiaba de sí misma. Durante el bachillerato la chica era lista, apuntaba maneras y prometía, pero se quedó en una mediocritas aurea, al decir de los latinos, que es una forma confortable de estar en el mundo. Su marido se lo reprochaba: “No te haces valer”. La curiosidad universal, quizás, la dispersó. No lo lamenta.
Se decidió por estudiar Derecho en la Universidad Complutense, decisión de lo que no se arrepiente, porque le ordenó un poco el cerebro y le puso los pies en el suelo. Y no patinó. Pero como la cabra tira al monte, volvió a las Humanidades con el Periodismo, estudiando la carrera por la tarde en la primera escuela de Periodismo en España (fundada por Don Ángel Herrera antes de la guerra civil), mientras dejaba las mañanas para el Derecho. Sus padres, viticultores generosos, financiaron ambas matriculaciones; dos licenciaturas –sin master apócrifo alguno.
Le gustaban los asertos prácticos que le enseñaban el Derecho, sobre todo el Romano, porque condensaban tratados en una sentencia: primus intempus, potior in iure (el primero en el tiempo es el primero en el Derecho); pacta sunt servanda (los pactos son para ser guardados); cláusula rebus sint stantibus (estando las cosas como están); ius usus inocui (derecho de uso inocuo en propiedad ajena)… También los del Periodismo: “la noticia es materia pronto perecedera; si no se emite de inmediato, huele a fiambre”. También los dichos cínicos como: “No dejes que la verdad te arruine un buen reportaje”. Ceñirse a la veracidad, impedía la imaginación, por lo que Julia Sáez-Angulo acabó como fabuladora de novelas y cuentos, sobre todo con relatos breves que se ciñen en espacio a una buena crónica y que piratea sobre la marcha por la oreja.
En el Ministerio de Cultura
Trabajó en la sección de Periodismo internacional –después de un breve paso por Tribunales-, pero el director la nombró pronto jefe de la sección de Cultura y ahí se doctoró a fondo en el campo de la literatura y el arte, donde hoy permanece. Su mayor tiempo laboral transcurrió durante casi 30 años en el Gabinete de Prensa del Ministerio de Cultura.
Ha publicado siete novelas y once libros de relatos, cuatro de poesía, cuatro biografías… Los artículos, reportajes, entrevistas y editoriales se cuentan por miles. No sabe hacer la O con un canuto, por lo que, envidiosa, admira a los artistas visuales capaces de plasmar en líneas y colores la realidad o la imaginación. Quizás por eso se hizo crítica de arte. Ha participado en los congresos de la asociación de críticos en los que ha impartido comunicaciones y conferencias sobre temas como: Nacimiento, muerte y resurrección de la pintura; El retrato; La mujer en las artes visuales; La escultura después de las vanguardias; El coleccionismo de arte; Camilo José Cela coleccionista de dos mil obras de arte; Arquetipos literarios… Actualmente prepara para noviembre una conferencia en Sevilla sobre Arte Naïf y Museo Internacional de Arte Naïf Manuel Moral en el Palacio de Villardompardo.
En la Tertulia Peñaltar de las Artes Plásticas en Madrid, dirigida por Rosa María Manzanares, lleva diez años impartiendo laudatios, a favor de los homenajeados por su trayectoria artística. Por allí han desfilado muchos pintores y escultores, al igual que por la Tertulia Ilustrada, una vez al mes. Mayte Spínola, fundadora del Grupo pro Arte y Cultura la nombró portavoz de dicho Grupo, a mucha honra, además de cronista de las exposiciones y creación de museos o colecciones que el Grupo lleva a cabo. A Julia le hubiera gustado que la llamaran vocera, como se dice en Hispanoamérica, pero no cuajó la idea.
Alabanzas, mejor por detrás
Es persona cordial, por convicción íntima, pero también sabe ser cortante. No tiene interés alguno en caer especialmente simpática, para evitar posibles campechanías o abusos, que los hay. Le gusta cierta distancia y respeto en el trato, más que cariños y carantoñas. Le ponen nerviosa los elogios, reconocimientos y homenajes, porque se siente incómoda ante ellos; las alabanzas, mejor por detrás. Considera que el teléfono es invadente y desconcentrador en su trabajo, prefiere el correo electrónico o el wassap. Aunque no se siente escrupulosa, detesta los besos por una cuestión profiláctica, lo mismo que dar la paz en la misa con un apretón de manos (cosa censurable ¡qué le vamos a hacer! Confío que no se entere el papa Francisco), porque se encuentra con palmas sudorosas o sarmentosas que le producen grima y ha de contenerse para no limpiarse las manos en la ropa, como hizo Pedro Sánchez en campaña electoral. A Mayte Spínola tampoco le gusta el besuqueo, pero no pone freno y lo tolera, porque es persona generosa; conmigo, nunca tiene ese problema. Julia sueña con el saludo a la japonesa, sin roce, de simple inclinación de cabeza, pero ya se sabe que los occidentales, los caucásicos, somos todavía bárbaros a ojos de Oriente.
Padece una alergia general e indefinida a todo: humo del cigarrillo, polvo, perfume muy fuerte o abundante, corrientes de aire, cambios de temperatura… ¡Una cruz! Esta matraca le hace estornudar, llorar y moquear en los momentos más inoportunos, seguramente por eso se esconde a veces como el pájaro espino.
Sócrates le enseñó la máxima: ¡Conócete a ti mismo! pero cree que eso es imposible. Los demás tienen siempre la palabra.