Italo Svevo: Senilidad
por Mercedes Martín
Mondadori (Debolsillo), Barcelona 2009
Ahora que estamos en crisis (económica, claro, porque no hay más crisis que nos importen, al menos en Europa), no está mal echar mano del libro de bolsillo, si no eres bibliófilo y sólo quieres leer una buena historia, no te importará la encuadernación precisamente; además, estos libros pesan menos y los puedes echar en el bolso o el bolsillo y sacarlos en el tren, cuando te estés aburriendo de un viaje que haces todos los días, siempre el mismo, al trabajo. Si el libro es bueno, de esos que te reconcilian con la literatura, después de sufrir varias decepciones que han acabado en la estantería del olvido, te lanzas a la lectura con un entusiasmo tal, que se te olvida el viaje, la vida y su precariedad, a veces. Eso sí, los libros malos que están a punto de pasar de la estantería al cesto de la basura en cualquier momento que tengas un arrebato de ira, son Novedades, están vistosamente encuadernados y te están recordando todo el tiempo, desde su vanidad, que tú también has caído en la mentira del marketing editorial.
Yo me he comprado Senilidad (1898), de Italo Svevo, en una librería acogedora que hay en los bajos de la Facultad de Filosofía de la Complutense. Senilidad es una obra madura de un escritor tardío que, sin embargo, parece haber nacido para escribir. El vaivén del cuerpo y el alma unidos (por un hilo que ningún científico ha sabido entender) se reflejan constantemente en sus páginas. Somos marionetas de nuestras propias inseguridades e incluso, de nuestras propias seguridades. De nuestras flaquezas, de nuestro ánimo. Nuestra mente nos sigue allá adonde corramos, ahora estamos aquí, mañana allá. Corremos adonde nos lleva nuestra mente, nos sentamos, jadeantes y perplejos: ¿qué fuerza o que debilidad es esa que nos hace sentir que no hay dónde apoyarse? Viendo las idas y venidas de los hombres, sus ascensos y descensos, de la gloria al infierno, comprendemos bien que los antiguos sabios griegos, y aquellos que los enseñaron a ellos, se preocuparan tanto por aquello que llamaron phronesis, la prudencia. Un hombre prudente, una mujer prudente, no se dejaba arrastrar por las pasiones o la apatía, siempre atento para sentirse a gusto con sus propias acciones, siempre pendiente de no dejar desbordarse la ira ni el desánimo, la ambición o la indiferencia, y todo aquello de lo que luego pudiera arrepentirse pensando: soy un muñeco, un espantajo, manejado por mi apetito, por mi deseo.
¿Y qué me dicen de un relato donde lo fantástico está, no en sucesos increíbles o increíblemente enrevesados, sino en los laberintos de la mente y el deseo, por donde cualquiera se ha perdido alguna vez, encontrándose al verdadero Minotauro cara a cara: uno mismo. ¡Qué horror! Qué historia pavorosa el ir detrás de uno, persiguiéndose, para poder comprenderse, pero hete aquí que llegamos a donde estábamos hace un momento y ya no recordamos por qué camino hemos venido. Svevo es un genio analista del espíritu, nos lleva delante del taller de las emociones, nos muestra cómo alguien es capaz de vivir la vida ajena con tal de no enfrentar la suya propia, cómo algunos se creen independientes y fuertes, o cobardes, pero están tan comprometidos con la imagen que creen que deben dar, que viven para los demás, y no son nadie para sí mismos. Conócete a ti mismo, qué difícil, pero andamos pidiendo instrucciones aquí y allá sobre qué sentir, cómo actuar, qué decisión es la correcta; andamos delegando la propia vida y un día somos viejos y… ¿quiénes fuimos?