Pedro Mairal: «La Uruguaya»
por Mercedes Martín
(Libros del Asteroide, 2017)
A veces la literatura habla de lo que pudo haber sido y otras de lo que fue. Últimamente parece preferir esta máscara de vida real, hablar “de lo que pasó en realidad”, como si ya no quisiera más tratos con la ficción, porque el lector está ávido de realidad. De hecho, el lector tiene toda la literatura que quiere en la prensa, la prensa le cuenta historias crudas, reales y, a la vez, inimaginables. ¿Cómo podías imaginar que podían existir tales cosas, esas barbaridades que se leen en los periódicos todos los días? O esas historias de amor, como aquella que se hizo viral de una pareja de ancianos, ella abrazándolo a él por detrás y él en una silla de ruedas, contemplando la tarde. O aquella otra de la última conversación de una madre con su hijo enfermo de cáncer terminal. Hoy la gente publica sus historias y los periódicos se hacen eco de ellas. ¿Quién necesita a los novelistas? (Y a los periodistas.)
Quizá por eso los novelistas se han apuntado a la realidad (que siempre se ha sabido que supera a la ficción). ¿Y qué ingredientes tiene “la realidad” que se publica en los periódicos y que tan bien vende? Historias truculentas, humillaciones, torturas, injusticias, estafas, guerras y algunas historias heroicas.
Por eso es una liberación leer a Mairal, una se olvida de todo eso, se sumerge en un pequeño lago con una cascada, un “locus amoenus”, y esta novelita se lee de un tirón. Tan ligera y fresca es su prosa y su tema tan humano. Yo agradecería tener más mairales en el mercado literario.
En sus novelas siempre hay dos protagonistas: un viaje y un quijote. En esta, el viaje es en ferry, desde Argentina hasta Uruguay y vuelta, y el quijote es un escritor aquejado de desencanto, agobiado por las deudas y un matrimonio infeliz. En ese pequeño viaje que le permite por un tiempo alejarse de la realidad, se acabará topando con ella y nos sacará una sonrisa piadosa. Pero por un día Lucas Pereyra, que así se llama el protagonista, se sentirá más joven, más guapo y más libre. El lector oirá las conversaciones que oye Pereyra en el autobús, sentirá el ambiente, el día, contemplará el paisaje y sabrá lo que le pasa por la cabeza, sus temores, conocerá a la chica con la que se ha citado, los acompañará en sus vueltas sin rumbo, volverá a ser joven, tendrá todo el tiempo del mundo… Pero en Argentina, la esposa de Pereyra ha espiado su correo y para colmo, esa chica con la que se ha citado le demuestra una y otra vez que no es sino una extraña.
Sin embargo, mejor que la pequeña historia humana que cuenta la novela, es la facilidad con que la cuenta. El narrador es el protagonista y apenas hay diálogos, pero no te aburres, te habla de forma sencilla, precisa y directa, y suena amable, nunca cruel. Los personajes, incluso los que tienen pocas líneas en el guion, parecen personas reales, sin trampa ni cartón.
Siempre me ha dado envidia (sana) la capacidad de algunas personas para decir mucho con pocas palabras y construir un mundo complejo a partir de una historia aparentemente banal.