Jan Morris: «Trieste o el sentido de ninguna parte»
por Mercedes Martín
(Editorial Gallo Nero, 2017)
No es una casualidad que este verano haya leído Trieste o el sentido de ninguna parte porque me gusta la literatura de viajes, lo que es una casualidad es que ahora, escribiendo esta reseña, me dé cuenta de las conexiones que tiene con la actualidad política española.
Porque en este libro, Jan Morris, cuenta la historia de esta ciudad aparentemente anodina en relación con su identidad. Precisamente eso es lo más interesante de Trieste: que es camaleónica. Su historia unida a la burguesía y al comercio hizo de ella un lugar sin identidad, lo que realmente la engrandecía no eran sus orígenes, sino su presente: su burguesía comercial y culta, su puerto marítimo la hacía un lugar de encuentro de diversas culturas y era su tarjeta de presentación. Sus gentes estaban orgullosas de ofrecer los mejores servicios al viajero que venía de todas partes: del Norte y del Sur, del Este y del Oeste. Un gran puerto comercial donde recalaron importantes personajes: políticos, reyes, científicos, escritores… Todos tuvieron que pasar por Trieste en ocasiones en busca de una vida mejor. Allí recalaron Freud y Einstein, Joyce y Svevo, Winckelmann, los carlistas españoles, Napoleón y su familia, reyes y nobles exiliados… Por allí pasaron los judíos que huían de la Alemania nacional socialista hacia América y hasta allí llegó el féretro del heredero del imperio austriaco, asesinado en Sarajevo junto a su mujer, el 2 de julio de 1914.
Trieste fue italiana y austriaca, se la disputaron el bloque del Este y el Oeste durante la Guerra Fría… Pero a pesar de sus idas y venidas y de su interculturalidad, desarrolló un sentimiento identitario en torno a su dialecto (el triestino) y a su éxito comercial, especialmente en el imperio austrohúngaro. Este orgullo es explotado por los separatistas hoy en día. Ahora Trieste es italiana, pero quién sabe por cuánto tiempo.
El libro viene a ampliar la literatura sobre la ciudad. De hecho, la ciudad es más literaria que real, dice Morris, porque mientras que, cuando uno la visita, no le parece un lugar especial, lo contrario sucede cuando uno lee sobre ella (y Morris hace un repaso de artistas y libros que la mencionaron). Una va paseando por sus calles anónimas buscando las placas conmemorativas y los monumentos dedicados a personajes conocidos y eventos históricos, eventos que superan el carácter local. Porque la identidad triestina es en realidad literaria y universal.
Para profundizar en el asunto candente de la identidad y el separatismo, recomiendo otro libro sobre Trieste: Verde Agua, de Marisa Madieri. Allí, la autora cuenta su desgraciada experiencia. Nació en Fiume cuando la ciudad era italiana, pero fue expulsada cuando la ciudad se convirtió en parte de Yugoslavia y acabó junto a su familia a un campo de concentración en Trieste, en esta ciudad vivió el resto de su vida. Con el tiempo, se enteraría de que su origen era eslavo y advertiría que su existencia había sido trágica en el auténtico sentido de la palabra: paradójica.
La elección de Trieste por parte de Morris no es casual tampoco. Ella tuvo que luchar con su propia identidad. Jan Morris nació James Morris y en los años setenta se atrevió a salir al mundo con la identidad que sentía: como mujer. Así que, aunque ya era famoso en el mundo angloparlante por sus libros sobre viajes, podemos verla en la televisión con un vestido y el pelo ahuecado, respondiendo preguntas sobre su “cambio” de sexo. Allí llegó cuando era un soldado apenas adulto y allí ha vuelto varias veces a lo largo de su vida. Trieste es el lugar escogido como tema de su último libro (en sus propias palabras), seguramente porque Trieste también cambia de identidad.
Aunque he estado allí, tras la lectura de este libro, no puedo evitar imaginar esta ciudad como un lugar encantado: como ese andén fabuloso del metro de Londres, aparentemente aburrido e inexistente, pero testigo de auténticos prodigios.