Silvia Cuevas-Morales: «Apátrida: Dietario de un destierro»
por Mª Angeles Maeso
(Ed. Lastura, Ocaña, Toledo,2017; 107 páginas. Bilingüe español-inglés)
Como se señala en el prólogo de este poemario, “Exilio y diáspora son palabras antiguas que hablan de un realidad del siglo veintiuno”. De esa realidad habla Silvia Cuevas- Morales, que tenía 11 años cuando vio a los militares de Pinochet destrozar Santiago de Chile, sus gentes y sus calles. “11 de septiembre de 1973” es el título del poema que abre el libro y en el que, anafóricamente, se insiste en ese “yo vi”, “yo vi” aquel horror, que los años no borrarían de la memoria de la poeta. Poesía testimonial, la voz de quien conoce el destierro y sabe lo que es la itinerancia. En 1975 la familia es acogida Melburne, Australia; donde la poeta, tras su licenciatura en Filología hispánica impartirá clases universitarias como profesora asociada; Apátrida: Diario de un destierro es su décimo libro de poesía, pero es también autora de libros de relatos, de diccionarios sobre mujeres en la historia de la literatura, traductora, periodista, antóloga, poeta. A finales de los 90 se instala en España, a veces en Madrid, a veces en Barcelona, siempre vinculada a movimientos sociales y feministas y siempre escribiendo. Pero este país no es buen lugar de acogida, ella lo sabe y lo padece, conoce bien el estado de penuria económica y moral del suelo que pisamos, de ahí que sea el presente el tiempo que predomina en estos poemas; el tiempo de las pesadillas que cae sobre el cuerpo dislocado y lo rompe como un mapa, porque:
“A veces la muerte
viste de uniforme”.
Porque:
“Hay noches
en las que me nacen todos los muertos”
La voz de este yo, apátrida cansado de pisar tierras movedizas, de ir de una oficina a otra, de una sala a otra por donde se pierde la esperanza, halla impulso en la imagen de Ícaro y con un decir acusador hasta quemarse, designa las trampas del aquí y ahora de nuestro llamado primer mundo, para hacer de espejo donde mirarnos: “Ya me voy integrando”, es el último verso de un gran poema, Integración, donde arde ese yo de Ícaro, quemándonos.