Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital
por Alberto López Echevarrieta
(Museo de Bellas Artes de Bilbao, del 28 de julio al 23 de octubre de 2017)
Cincuenta y cuatro mil setecientas cuarenta y siete personas se habían dado cita en la exposición Colección Alicia Koplowitz-Grupo Omega Capital a día 13 de setiembre después de haber sido inaugurada el pasado 28 de julio. Todo un éxito museístico que afronta su última etapa con colas diarias. La muestra, que inicia la corriente patrocinadora de Petronor con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, constituye el primer gran acierto de su director, Miguel Zugaza, tras su reincorporación acabado su periplo en el Museo del Prado, de Madrid.“El coleccionista es aquella persona que trata de hacer perdurar los distintos hitos de su vida a través de los objetos que va guardando; desde las más humildes colecciones hasta las más fabulosas y deslumbrantes, pienso que todas tienen ese sentido”. A partir de estas palabras de Alicia Koplowitz, escritas sobre el primer muro de la Sala BBK, el espectador se interna en una de las muestras más sobresalientes ofrecidas por el Museo de Bellas Artes de Bilbao que, sin duda, es uno de los hitos de la pinacoteca vasca.
Sí, es una colección privada la que se expone, pero es que las noventa piezas que forman parte de ella constituyen un recorrido minucioso por la historia del arte, porque se ofrecen desde Cabeza de Afrodita y Retrato de una reina, de los siglos II y III a. C. respectivamente, hasta obras contemporáneas que incluyen a Giacometti, Chillida, Calder, Weiwei, Oteiza y Gargallo. Inclúyanse en el medio a representaciones de la mayor parte de los estilos que se han dado en el mundo del arte.
De entrada, sorprende la amplitud de la exposición, el buen acierto que se ha tenido al no atosigar al espectador juntando piezas por eso de economizar espacio. La belleza que irradian las citadas dos cabezas en mármol contrasta vivamente con los apartados que siguen en la misma planta y que culminan con el Epílogo de un espacio añadido en la primera planta del edificio destinada a los grandes formatos.El siglo de las luces, por ejemplo, nos acerca a ilustres como Luis de Morales (Virgen vestida de gitana con el Niño del aspa), Zurbarán (La Virgen con el Niño Jesús y san Juanito), Tiépolo (Naranjera y majos, Mujer con nabos y otras figuras, La vuelta a Egipto, La Sagrada Familia), un precioso cuadrito de Paret (Baile popular en la puerta de una taberna), para encontrarnos de frente con el universo de Goya representado en Hércules y Ónfala, que alardea de una extraordinaria composición; el Retrato de la condesa de Haro, con una mirada serena que subyuga; La maja y celestina al balcón…
En el recorrido por las salas, el siempre agradable encuentro con Raimundo de Madrazo, esta vez a través de una de sus obras más impresionantes, La siesta, un verdadero alarde de geometría al servicio de quien fue su modelo favorita, Aline Masson. Se pasa seguidamente al éxtasis que produce la presencia de Van Gogh (Naturaleza muerta, jarrón con claveles), Gauguin (Mujeres a la orilla del río), y Toulouse-Lautrec (La lectora), un trío de ases de indudable atractivo.
Sin aún reponerse, el espectador contempla extasiado dos obras de Gargallo (Pequeña máscara de Pierrot y Homenaje a Marc Chagall) a las que siguen otras dos de Egon Chiele (Mujer con vestido azul y Mujer con cabello rubio desnuda agachada y apoyada sobre el brazo izquierdo) y cuatro de Picasso (Desnudo de medio cuerpo con cántaro, Pájaro, Cabeza y mano de mujer y Retrato de hombre joven). Todo un regalo para los sentidos.
Uno de los cuadros que más llama la atención es La pelirroja con el colgante, un óleo de Modigliani en el que resalta la joya sobre la inmensidad de un escote femenino. Dentro del cubismo merece la pena detenerse ante el Gris de Violín y periódico, una singular obra de la época de la I Guerra Mundial. O los Tres estudios para autorretrato de Francis Bacon. De obra a obra se va pasando de estilo a estilo, de un concepto creativo a otro, hasta topar con Antonio López y ese collage titulado Cabeza griega y vestido azul que contrasta con la serenidad de esa mujer con pañuelo al cuello que atiende por Mari. Pero la expo no queda ahí, porque esperan Tápies (Paralelas), Warhol (Autorretrato), Kiefer (Le Dormeur du val), Barceló (Kulu Be Ba Kan y Lago amarillo), la acrobacia del tipo que presenta Juan Muñoz (Sin título), la reflexión que propone Ai Weiwei con su Bola de madera, la presencia siempre apreciada de Chillida (Rumor de límites VI) y Oteiza (Caja vacía nº 1), y la araña, pequeña en esta ocasión, de Louise Bourgeois (Spider III).
En total son noventa obras, cada una de las cuales merecen una especial atención. Todo un universo artístico que por primera vez se ofrece al público, un público que -les prometo- sale de la pinacoteca sin adjetivos para comentar lo que acaba de ver.