56º Festival de Pollença
por Jorge Barraca
Durante las dos primeras semanas de agosto se sucedieron en el Claustro de Santo Domingo dos magníficos conciertos que abrieron la edición 56º del Festival de Pollença. Fueron ambos especialmente apropiados para el marco nocturno del convento, tanto por el repertorio elegido como por las interpretaciones de sus protagonistas.
El 5 de agosto, el Gabrieli Consort, dirigido por Paul McCreesh, inauguró el veterano Festival con un concierto a capella en el que se creó un clima mágico, comenzado desde el mismo inicio, cuando las voces empezaron su intervención fuera de la vista del público y el coro subió al escenario en lenta procesión, como si se tratara de un grupo de monjes que, tras recorrer el claustro, se dirigiese a la capilla. Fue un efecto fantástico. Pero la impresión siguió luego, y continuó durante toda la interpretación, nunca interrumpida por aplausos ni descansos, lo que permitió mantener una atmósfera sacra para sumergirse en un programa que combinaba las páginas renacentistas con otras de comienzos del siglo XX y aun contemporáneas, aunque sin romper estas nunca la línea estética. El eje del concierto era la celebración Mariana, pues todas las obras eran cantos dirigidos a la Virgen María. Entre las partituras se incluían las dos principales antífonas del siglo XVI de compositores ingleses: Thomas Tallis y William Mundy y otras páginas bellísimas también de músicos británicos como Matthew Martin, Herbert Howells o Kenneth Leighton.
Los intérpretes, con un engaste cuidadísimo y una técnica asombrosa en todos los solistas fueron dirigidos por un McCreesh contenido, siempre atento a los mínimos detalles, fidelísimo a los estilos y evidenciando por qué el Gabrieli Consort es una agrupación de absoluta referencia en este repertorio.
Cuatro días más tarde, el 9 de agosto, el guitarrista leridano Carles Trepat regaló otro concierto hermosísimo basado fundamentalmente en obras de Enrique Granados y de Miquel Llobet. Con una técnica extraordinaria, que le permite abordar obras de la máxima complejidad, una musicalidad refinada y un gusto y estilo que revela su gran escuela, Trepat desgranó un programa muy coherente en su estructura, con dos partes bien medidas en las que el repertorio nacionalista – posromántico constituía el eje estético.
El intérprete se sirvió de una guitarra de época de limitada sonoridad, pero de bellísimo sonido, perfecta para el marco del claustro, y que facilitaba una concentración natural en música de intimidad que se recreaba.
Las páginas de Granados y de Llobet se alternaron en el programa, junto con una transcripción de Chopin (del Nocturno Op. 9, nº 2) efectuada por el mismo Llobet, que fue continuación lógica de una mazurca compuesta por Granados y de título bien expresivo: ¡Chopin! (y, en este caso, con transcripción del mismo intérprete). Las Cinco canciones populares catalanas de Llobet de la primera parte se contrapusieron magníficamente a las Danzas de Granados de la segunda (Danza española nº 5 y nº 10, Dedicatoria, La maja de Goya), permitiendo así observar las influencias y los interesantísimos contrastes entre ellas. No en vano, Llobet fue discípulo de Francisco Tárrega y esa destacada línea de la guitarra española Tárrega-Granados-Llobet, que se ha convertido en universal, fue presentada en este concierto de forma magistral. Trepat cerró el concierto con una bellísima habanera como bis ante los cálidos aplausos de los asistentes.