Gsús Bonilla: «P.G.B. Poesía General Básica»
por Mª Angeles Maeso
Ed. La Penúltima, Valladolid, 2017. 327 p.
Gsús Bonilla (Don Benito, Badajoz, 1.971) recoge su obra de los últimos 10 años, pero el orden cronológico de publicación de sus poemarios no será el lazo que anuda la gavilla. El lazo de esta antología es otro: los pronombres personales, que él rotula de otro modo: Ego, Tú, Ella, Nos, Vos, Ellos, más una última gavilla que denomina Textículos. De ese modo nos da las claves para abrir la red del mundo que, poema a poema, nos extiende. La entrada nos la dan dos poemas pórtico a modo de declaración poética, en el primero apunta que la poesía consiste en agujerear imágenes heredadas, horadar signo a signo con el punzón: Hija: esto es la poesía:// Seguir la línea de puntos/con el punzón:// No es la figura que resulta/sino un agujero/y otro/y otro/y otro…//Y lo que todos ellos significan”. En el segundo, titulado Sagrario, demarca el territorio desde dónde palpa, oye, huele, mira el mundo el niño que fue Gsús Bonilla, el mismo que nos sale al paso en los poemas sucesivos de esa primera parte, Ego: En el camino de la infancia hasta mi adolescencia/hubo un océano de zancadillas; el mismo niño que otorga un punto de apoyo al poeta de hoy y que desde muy atrás, creciendo en un barrio en construcción ya jugaba a crear símbolos: atribuía cualidades humanas a animales o cosas, personificaba en estatuas mis miedos. Así consigue poderosas imágenes hechas de alianzas en contraste o antitéticas: una intención irónica conjuga con lo terrible Supongo que la felicidad consiste/ en cagarme de miedo o mearme de risa. (Desilusión); El tiempo de contar ovejas quedó atrás/No apagues la luz. No duermas todavía./ Comienza a enumerar leones.
El segundo grupo de poemas, Tú, recoge la pobreza de los orígenes, extrarradio urbano, el desempleo como corte de guadaña que, en su símbolo macabro de danza de la muerte, cerca la figura del padre bajo las llamadas crisis de los setenta, de los noventa hasta llevárselo para siempre. El poeta sabe que para caminar hacia la luz debe encontrar la bóveda del estómago y así compone una elegía materialista que elude el pathos y que concluye lacónicamente: Y mientras el cuerpo se vuelve pálido el reloj se para, de repente, y ya no me dirige más la palabra. (El muerto).
En el tercer grupo, Ella, la madre y su labor de remendar, coser, medir. Y ahí el magnífico poema que rotula Poética: Tengo recuerdos del establo.// Del hermano buey/de la mula, mi hermana. El cuarto bloque, Nos, remite al grupo familiar. El amor. La espera del hijo que no llega. La adopción: Ha muerto Bela Ajmadúlina, la poeta de la genealogía./ Quedan 32 días para acabar el año: Desconocemos que acabas de nacer”. A esa parte corresponde otro gran poema, El albacero, una invitación a mirar el mundo desde el rincón donde se ubica lo que importa: Mi establecimiento es un sanatorio como una encuadernación con garabatos, lo mismo que un bazar de almas limpias de culpa. En él almaceno sus dientes de leche, las primeras palabras y los pasos originales. En la trastienda mi hija me ayuda en todo, y soporto mejor el peso del llanto y las tachas de los albaranes ininteligibles. No es un topos escapista, idílico, los habitantes de esa vivienda conocen la garra que les alcanza en forma de albaranes: amaneceres de deudas y cobradores, pero a ellos les dice el poeta: que os aproveche el arancel y el sobreprecio, porque lo que no cabe en ese rincón es el miedo. Nada más lejos del topos como refugio aislado del mundo: la confianza de la niña en el padre superhéroe es comparada con la del empresario gordo/en un político afín/como la de éste/en un banquero podrido de dinero, dice en otro de los grandes poemas, Superhéroe.
Vos es el título de la cuarta parte. No vosotros, Vos, quienes no permiten ser tuteados. La imagen de la niña reaparece como como quitamiedos: Estoy convencido de que muchos/ tienen miedo como yo./La niña no. (Todos) Escribir, pues desde Casa Manolo, desayunos variados; escribir bajo la imagen de la niña que no tiene miedo al buitre, pero escribir la lista de la compra como el que traza un camino hacia el estómago. A ese Vos, que destroza cuerpos, que una y otra vez nos sale al paso horadando el estómago, Gsús Bonilla, que es un gran creador de imágenes le dice: Eres como el violento paso/de una toalla mojada/sobre un cuerpo desnudo// pero esta vez el golpe/se te ha ido de las manos. (Legislatura).
En esta parte ha incrustado “Comida para perros” ahí nos topamos con la crueldad de la represión que contesta a todo atisbo de rebelión, ahí Bonilla despliega su ingenio escatológico: “El estómago -una vez más- es otro miembro de la secta, el más agradecido” o “El poeta es un urólogo de los adjetivos y el médico de la incontinencia en el amanecer de un sábado”. La denuncia de la crueldad policial va asociada a la denuncia de un canon de belleza que emplean poetas de guante blanco como perros que ladran al sol, frente a ellos, declara: “seremos sinceros/y escribiremos: Asco,/con nuestra caligrafía de mierda/con toda la violencia de la poesía// os maldecimos/con la belleza de la no belleza,// sois la violencia de la violencia/como ejemplo/de los pocos ejemplos://os maldecimos, como a aquellos/que ladran al sol/en los campos de exterminio”
Ellos: El día que nos hicimos hueso/amanecimos en una mandíbula de perro. (Ancestros). Belleza de los expertos en despiece de animales, maestros en el arte de la tanatopraxia, las recordadas habilidades de los antepasados, bellas y admirables frente a la “belleza” de los telediarios. La bóveda del estómago que se proponía remover se mueve. Y justo al lado de ese poema, la plasticidad lírica: Hubo gentes que adoraron al centeno// y al trigo// y al dios Pan/ que acababa de ser madre. Es como si Gsús Bonilla nos dijera, yo también puedo usar esa paleta de imágenes consagrada por el canon de belleza, pero elijo la que haga temblar el cielo, la bóveda del estómago, porque la boca desdentada del abuelo las balas silbaban y la saliva huía a toda prisa. Y las que musitaba la abuela, a la hora de acunar a los niños, cuando les creía dormidos, musitaban: Uno/ al pie de la cuneta,/ Otros/ a la orilla de la playa/ Muchos más/ en la soledad del descampado/ y tantos otros/ por las tapias traseras de los cementerios. Del eco de su monótona letanía, da cuenta el poema Runrun, al que pertenecen estos versos.
El ciclo de estos pronombres personales cierra una concepción de la poesía vinculada a la historia: La historia no la escriben los vencedores/tampoco los vencidos, la historia brota en la boca/de quienes la sufren y padecen” Y lo cierra en forma de pregunta edípica ¿quién soy?, o como él la formula: de dónde vengo yo?/ ¿cuándo era yo? Pregunta retórica tras habernos llevado a concluir que la respuesta anida en la historia enterrada de los ancestros.
Pero esta antología no se cierra ahí. Con esa respuesta. El Cuaderno de notas que sigue se abre con la declaración de que un buen día es aquel en el que te dices que vas a escribir un poema, concluye: He de mirar menos o con más cuidado hacia atrás. Supongo porque duele el cuello. Y en el Cuaderno de haikus, como en los últimos poemas aquí recogidos, Gsús Bonilla cambia su mirada que, hasta ese momento, ha ido de manos de la historia, ahora descansa ahora, la detiene en imágenes de la naturaleza, su lenguaje, tan rico en atrevidos símbolos, en guiños irónicos, nos despide ahora cambiando el paso, con una demostración de que a él también le atrae esa paleta de poema breve y del hablar bajito, en un tono más cerca del pensamiento que el de su pronunciación; en la expresión conceptual y, a veces, sentenciosa.
Acabamos su lectura con la certeza de que estamos ante un vivísimo poeta al que seguiremos leyendo, y a quien le agradecemos lo ya entregado.