Renoir: Intimidad
por Alberto López Echevarrieta
Museo de Bellas Artes de Bilbao, del 7 de febrero al 15 de mayo de 2017
La primera exposición retrospectiva que se dedica en nuestro país al pintor Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) está llamada a ser uno de los principales hitos del Museo de Bellas Artes de Bilbao en la presente temporada. Tras el éxito logrado en su pase por el Museo Thyssen-Bornemisza, Renoir: Intimidad constituye un plato fuerte para los aficionados a la pintura, sean o no partidarios del Impresionismo, el movimiento pictórico en el que el francés destacó durante toda una década. A través de 64 obras asistimos no sólo a ese período que tanta fama le dio, sino al conjunto de una gran carrera artística no siempre bien considerada por motivos ajenos a la pintura.
Las obras que cuelgan proceden de dieciséis países y pertenecen a colecciones particulares, museos e instituciones públicas. Para Guillermo Solana, comisario de la muestra y director artístico del Thyssen-Bornemisza, esta presentación en Bilbao supera a la de Madrid: “Es más elegante, más espaciada, con una luz muy baja y un color en las paredes que resaltan el contenido”. En estas condiciones se pueden admirar óleos tan característicos como Mujer al piano, Después del almuerzo y Figuras en la playa. No está El moulin de la Galette, continuamente de gira por todo el mundo, pero sí el estudio de dicho cuadro.
¿Maldito?
Renoir es un pintor que disfruta de gran popularidad entre el público más amplio, pero arrastrando siempre una pésima reputación. Historiadores del arte, particularmente los de la última hornada, y algunos críticos, fijándose únicamente en su etapa impresionista, le han tachado de burgués y de realizar una pintura apastelada. Otros han ido más lejos llegando a decir que Renoir apesta. Estas opiniones, desarrolladas principalmente a mediados del siglo XX, convertía a Renoir en el saco de todos los golpes. ¿Por qué esa inquina hacia el pintor?
La respuesta creo que hay que encontrarla fuera de la pintura, en las declaraciones que hizo ya en su ancianidad y que se me antojan auténticas estupideces propias de una mente en avanzado deterioro. Uno de los borrones más sobresalientes de su biografía cayó cuando se posicionó en el affaire Dreiffus, uno de los casos políticos y militares más famosos de la Francia del siglo pasado. Renoir confesó repetidamente su tendencia antisemita y se quedó satisfecho. Como cuando atacó a la democracia, a la sociedad moderna, a la emancipación de la mujer… Posteriores estudios de género han reconocido en su obra un tratamiento ultraconservador de la mujer, a la que trata como un objeto decorativo. Solana no está tan convencido de ello tras su personal análisis: “Hay mucho más que lo que encierran sus opiniones. A pesar de lo que él dijo, sus mujeres leen, piensan, sienten…”.
Mucho más que impresionismo
Cuando se reduce Renoir a Le moulin de la Gallette se comete una gran injusticia, porque su etapa impresionista tan sólo duró una década. Bien es cierto que es la que más fama le dio, pero es injusto que se eche a un lado el trabajo creativo que realizó durante los cuarenta años posteriores. “En la presente exposición -ha señalado el comisario- hemos querido mostrar toda esa otra trayectoria constituida por los habituales géneros de la pintura. Por ejemplo, la referencia al retrato es fundamental. Pintó decenas y decenas de ellos, porque le daban de comer; pero también hay paisajes, figuras femeninas y, por supuesto, desnudos, como los de las bañistas, la parte de su obra donde puso más de sí”.
La exposición se puede ver como una progresión de actividad creciente. Comienza cronológicamente con la etapa impresionista para pasar por los retratos de encargo; se sigue por el paisaje, que es la parte más cercana a su corazón y a su propio placer, y culmina en dos secciones: El entorno familiar y las modelos, para terminar con los desnudos en su aproximación más cercana al cuerpo femenino.
La alegría de vivir
Se ha dicho que Auguste Renoir es el pintor de la alegría de vivir. Sus cuadros se caracterizan por la visión encantadora de la vida que ofrecen, bien a través de escenas al aire libre, caso de Baños en el Sena, El paseo y Confidencias o en escenas caseras como Mujer con el papagayo y Después del almuerzo. Lo entendió perfectamente su hijo Pierre Renoir que realizó una de sus más delicadas películas, El desayuno en la yerba, dedicada a su padre.
En la muestra bilbaína estén presentes los retratos de Paul y Joseph Durand-Ruel, el conjunto de Charles y Georges Durand-Ruel, así como los de bellas mujeres como los de Charlotte Berthier, las señoras Bonnières y Paulin… No obstante, hay algunos en los que el artista, digamos, se esmera más y convierte al retrato en obra maestra, caso del realizado a la señora Thurneyssen y su hija o el de la poetisa Alice Vallières-Merzbach. Nos han quedado, sin embargo, otros de personas menos conocidas que tienen también un acabado exquisito. Me refiero a La maceta verde, La trenza y Mujer tocando la guitarra, aunque el espectador queda maravillado cuando contempla la frescura de los conjuntos formados en Jóvenes leyendo y Jóvenes viendo un álbum.
Es todo un placer recordar de esta manera la larga y controvertida vida de Pierre-August Renoir, un hombre que al envejecer se aferraba a la vida acelerando sus trabajos. La enfermedad que mermaba sus cualidades era un claro presagio de su inminente final. Llegó a atar los pinceles a sus manos y siguió pintando hasta el final de sus días en 1919.