Natalia Litvinova: «Siguiente vitalidad»
por Alberto García-Teresa
La Bella Varsovia, Madrid, 2016. 57 páginas
La nueva entrega en nuestro país de Natalia Litvinova resulta un libro espléndido aunque breve, que no llega a la treintena de piezas. El hilo que hilvana sus versos se compone de la observación y la recreación de escenas (con una causalidad que no pocas veces no es lógica o racional), con una atención continua más en lo que pasa alrededor del «yo» que lo que ocurre dentro de él, frente a trabajos precedente donde esa dicotomía se invertía. Con todo, el «yo» es un sujeto en permanente tránsito, desubicado (tanto por el propio periplo vital de la escritora –nacida en Bielorrusia, llegó a Argentina con diez años– como por la saturación de recuerdos), que atenúa en este poemario el desarraigo existencial que marcase su anterior Todo ajeno.
El relato personal conduce estos textos imantadas por el recuerdo (especialmente, de la niñez). La escritora recoge escenas de la cotidianeidad y va construyendo un tamiz nubloso sobre ellas, en el que se disparan las evocaciones. El entorno natural y lo agreste, la dureza de la supervivencia en entornos hostiles (en todos los niveles –el invierno ruso, la sombra del estalinismo, la desconfianza de la migración…–) se convierten en focos en los que se detiene la poeta.
Porque en estos poemas todo es atisbo de algo más allá de lo explícito, algo que se mueve por las pesadillas, por las obsesiones personales, que saltan desde los gestos del día a día. De hecho, la yuxtaposición de episodios y el particular ritmo que logra la autora nos sitúa en el campo de lo onírico. Además, presenta a unos personajes memorables, aunque sólo deambulen en un par de versos. Al respecto, la familia es protagonista en buena parte de los textos: el padre, la madre, también abuelos que se cuelan en las composiciones.
Ese buceo en el pasado, tanto concreto, familiar y personal, como a nivel teórico o conceptual, atraviesa y marca las páginas del libro. No hay lugar para el olvido: los recuerdos le atormentan. Lo que trae al primer plano Litvinova son episodios duros y crueles que se asoman entre las palabras. La imposibilidad de despegarse de ellos y la relación implícita de determinación de aquellos sobre el presente empapa todas las composiciones. No en vano, la poeta escribe: «El golpe justo separa el pasado del futuro». De este modo, la memoria aparece no como un espacio autocomplaciente, generador de nostalgia, sino como una tensión conflictiva, provocadora de desasosiego. La memoria es inquietante, pertubadora; en absoluta tranquilizadora o un placer evasivo.
Finalmente, hay que señalar también cierto cambio de registro en un grupo concreto de poemas. En ellos, Litvinova trabaja con lo corpóreo, y explora también lo sensorial (y hasta lo sensual) en esa inmersión en el alrededor y en los otros.
Una voz inquietante, por tanto, y un conjunto de textos bien entretejidos es lo que ofrece este Siguiente vitalidad, que ya apareció con anterioridad en Argentina, Chile y México.