Discos
por Xavier Valiño
M.I.A.: Aim (Interscope)
Tres años después de Matangi, la cantante más politizada de los últimos años reaparece con Aim, una denominación que parece seguir la tradición de títulos que hacen referencia a la artista y a los nombres de su familia: Arular fue titulado en honor a su padre, mientras que Kala fue dedicado a su madre y Matangi era una referencia a su propio nombre. Aquí colaboran con ella Zayn Malik (ex-One Direction), los productores Skrillex y Hit-Boy, su ex-novio Diplo o la artista de dancehall Dexta Daps. Lo más destacado no está en que puede que sea su último trabajo, como ha dejado caer, sino que en esta ocasión ha optado por temas optimistas y bailables, aunque en sus textos use su propia experiencia como inmigrante y hable sin tapujos de la política global, las fronteras –tanto físicas como culturales–, de su maternidad, de las dificultades de venir de la nada a tener medios para subsistir, de no perder la perspectiva…
NICK CAVE & THE BAD SEEDS: Skeleton Tree (Kobalt)
El décimo tercer disco de Nick Cave con The Bad Seeds empezó a gestarse a mediados de 2014. Todo saltó por los aires cuando hace unos meses el hijo de Cave murió tras caerse de un acantilado después de ingerir un LSD. No sabemos cuánto de lo que recoge este álbum permaneció de lo compuesto y grabado antes de que se produjera el luctuoso suceso.
Empero, lo que está claro es que el ambiente sonoro está trabajado como una unidad, algo habitual en sus trabajos, y que se puede interpretar como una reacción a aquello. Su secuaz Warren Ellis es el protagonista, junto al propio Cave, de estas canciones aparentemente desestructuradas, con instrumentos entrando y saliendo, cortantes, de recitados, palabras rumiadas e improvisaciones, lo que apoyan la idea de que aquello ha tenido una influencia decisiva en el resultado. De nuevo arriesgando en su creatividad, aunque en esta ocasión muy probablemente espoleado por el dolor.
WILCO: Schmilco (dBpm)
Apenas ha pasado un año del disco que tomó a todos por sorpresa, Star Wars, que irrumpía sin anticipos ni avisos de ningún tipo y se convertía en un fenómeno viral. Tras él llega su décimo álbum de estudio, con una portada del ilustrador catalán Joan Cornellà, en el que una niña disfruta de la música gracias a que su padre es electrocutado.
No sorprende tanto la celeridad después de conocer que ambos fueron grabados casi al mismo tiempo. En este caso, el disco viene impregnado de una economía de medios que los devuelve a la facción más acústica y con mayor olor a madera del grupo, rompiendo con el barroquismo y el sonido grande, para ganar así en amplitud y profundidad. No es el grupo que grababa a principios de siglo discos vitales para la evolución del rock, pero al menos no se han anquilosado.
BON IVER: 22, A Million (Jagjaguwar)
Tras haberse convertido en bandera de la nueva escena folk, Justin Vernon respondió de forma inesperada tomándose cinco años de descanso para centrarse en otros proyectos: lanzó álbumes con proyectos paralelos como The Shouting Matches y Volcano Choir, montó el Festival Eaux Claires Music & Arts y, puede que lo que más le ha influido, colaboró y contribuyó al trabajo de innovadores sónicos como James Blake y Kanye West.
22, A Million, grabado y producido entre Wisconsin, Londres y Lisboa, es en parte carta de amor y en parte lugar en el que confluyen dos décadas de búsqueda de sí mismo, incluida la posibilidad de no encontrar nunca aquello que busca tan ansiadamente. En él, Bon Iver ha plasmado una colección de momentos sagrados como el tormento y la salvación del amor, intensos recuerdos y detalles que podrían estar repletos de significado o ser pura coincidencia. Para ello opta por modificar su voz, algo que otros han hecho antes, como los propios Kanye o Blake, Thom Yorke, Lil Wayne o Sufjan Stevens y gran parte del mundo de la música electrónica, como un medio de escapar o trascender los límites del género. Sin embargo, en el contexto de Bon Iver, es un relevante paso hacia adelante que, en lugar de escapar de la realidad, refleja a la perfección nuestro mundo fracturado.
SPENCER DAVIS GROUP: Taking Time Out: Complete Recordings 1967-1969 (Cherry Red)
No debemos llamarnos a engaño. Spencer Davis Group tuvo sus mejores momentos mientras en la banda estuvo Steve Winwood y su hermano Muff; esto es, hasta 1967, cuando ambos se marcharon y Steve se concentró en Traffic. Por eso conviene reparar en el título, que incluye sus grabaciones precisamente a partir de esa baja.
No obstante, esta es una excelente oportunidad de profundizar en la música de Spencer Davis Group tras la salida de su componente más exitoso. En este triple disco están, además de las ediciones oficiales que realizó el grupo en esta etapa post-Winwood, rarezas, actuaciones en la BBC, versiones alternativas, en directo y otras composiciones que han aparecido de las sesiones de grabación que hicieron. Historia del rock, sin más.
FRANK OCEAN: Blonde (Def Jam)
Es, sin duda, el álbum más esperado de este año. Después de publicar en 2012 su disco Orange, se convirtió en la máxima estrella del soul urbano del nuevo siglo. Sin previo aviso, el pasado 19 de agosto apareció Endless, un largo trabajo denominado ‘álbum visual’ de 45 minutos. No era todo, ya que al día siguiente daba a la luz Blonde, su segunda referencia ‘oficial’.
En él, con un montón de colaboradores y samplers, Frank Ocean desnuda su sonido y prescinde, excepto en dos de sus cortes, de toda percusión, para facturar una de las cimas del soul reciente, a medio camino entre las enseñanzas de Marvin Gaye y lo que hacen hoy en día otros artistas como Drake, Miguel o Beyoncé.