Autoentrevista del Marqués de Tamarón Santiago de Mora-Figueroa
por Julia Sáez-Angulo
Solicitada por Julia Sáez-Angulo, Santiago Mora-Figueroa, marqués de Tamarón(Jerez de la Frontera, Cádiz, 1941) se avino a una entrevista. El autor, de padre español y madre inglesa, es diplomático y ha desempeñado su profesión en Nouakchott, París, Copenhague, Ottawa y Londres. En Madrid dirigió el Instituto Cervantes. Como autor literario ha publicado diversos libros de relatos: “Pólvora con aguardiente” (1983) y “Trampantojos” (1990). Como ensayista cuenta con títulos como “El Guirigay nacional (1988 y 2005), “El siglo XX y otras calamidades” (1993 y 1997) y “El peso de la lengua española en el mundo” (1995).
- ¿Qué le gusta más? ¿Leer o escribir?
Me gusta más leer. Necesito más escribir. Y también necesito escribir más.
- ¿Qué géneros literarios prefiere?
My novel reading years are over, mis años de lecturas de novelas se han terminado. Eso me dijo una vez mi madre cuando tenía más o menos la edad que yo tengo ahora, setenta y cinco años. No sé por qué me lo dijo en inglés, lengua en la que casi nunca me habló. Pero no es el único caso que conozco de quien con la vejez se pasa de la ficción a la historia, ya sean biografías o ensayos. Mi madre se pasó a los libros de memorias y epistolarios. Mi padre abandonó casi las novelas y leyó muchos libros de historia. Creo que yo estoy entrando en esa tesitura.
- ¿Qué está usted leyendo ahora?
Una docena de libros ingleses sobre el espionaje comunista soviético entre 1930 y 1990. Aquí sí que la verdad supera la ficción.
- ¿Cuál fue el primer libro que recuerda que lo cautivó a usted?
Robinson Crusoe. Me fascinaban, a los siete u ocho años, las descripciones relacionadas con la intendencia, la logística y la construcción que permitieron sobrevivir al héroe. Un héroe de principios del siglo XVIII, no se olvide. Y, ahora lo comprendo, el primer héroe burgués. Y para colmo, protestante.
Me duele confesar esa infantil falta de romanticismo. Continuó luego con mi disfrute de las novelas de Julio Verne. Las recuerdo literalmente. También ahí me emocionaban los largos inventarios de pertrechos y provisiones en las distintas aventuras por selvas, desiertos y mares bravíos. Me hipnotizaba el final de alguna de esas listas, “así como también una lata de pemmican”. Tardé en averiguar lo que era el pemmican y lo rodeé de tal aureola que no me dieron náuseas. Por si acaso nunca lo he probado.
Esto último es una cautela que conviene respetar en todas las lecturas.
- ¿Qué está usted escribiendo?
En espera de reanudar un ensayo literario que tengo en dique seco, me dedico sobre todo al samizdat en mi bitácora (www.marquesdetamaron.es). Allí escribo sobre muchas cosas que me gustan o me irritan. De estas últimas, la que más me indigna es el escándalo de la impunidad de los incendiarios de bosques. Las entradas llevan títulos como Fuego, crimen y castigo, Verano de bochorno, De nuevo la infamia impune, Más hideputas que pirómanos. Comprenderá Vd. que nada de eso sirve en lo más mínimo. Al español medio, incluido más de un juez, se le da una higa.
Hoy, 9 de Septiembre del 2016, leo que ayer detuvieron en Galicia al incendiario presunto culpable de quince fuegos, capturado in flagranti delicto. El juez lo soltó obligándolo tan sólo a comparecencias semanales.
- ¿Mezcla los idiomas que lee? ¿Al hablar, al escribir, …?
Nunca. Gasto una energía que cada vez siento menos fuerte dentro de mí en evitar contagios y falsos amigos entre las pocas lenguas que conozco. Por ahora creo que sigo consiguiéndolo. No sé cuánto durará mi empeño por la pureza.
- ¿Es pureza racial?
No. Las únicas lenguas racialmente puras son las que permanecen acurrucadas en algún valle de alguna cordillera asiática o en alguna isla hiperbórea. El español, como el inglés o el francés en menor medida, es una lengua hablada y escrita con gran esmero y hondura y amor por gentes de muchas naciones. Sin embargo, reconozco que el español se conserva mejor y más puro en las Américas que en la Península Ibérica.