Carmelo Bilbao-Unanue: Vida Y Obra
por Alberto López Echevarrieta
Sala Ondare, de Bilbao, del 8 de setiembre al 8 de octubre de 2016
El artista vasco está siendo objeto de un entrañable homenaje en Bilbao a través de la exposición de ciento cinco obras en la Sala Ondare que la Diputación Foral de Bizkaia y la edición de un magnífico libro escrito por José María Arenaza Urrutia. Nunca hasta ahora se había recopilado tanta obra del pintor, un trabajo organizado por Adriana der Kinderen y Karen Amaia Bilbao, su viuda e hija, que nos permite seguir la trayectoria vital de un hombre que tuvo un gran espíritu aventurero y un gran amor por su patria chica.La recuperación del material no ha debido ser fácil, ya que los trabajos de Bilbao-Unanue están muy diseminados en colecciones particulares. Verlo ahora en una amplia sala y presentada en condiciones magníficas es todo un regalo para la vista. La oportunidad es única, ya que se trata de cuadros que durante muchas décadas han permanecido fuera de la vista del público. La muestra recrea las diferentes etapas del artista: desde su tiempo dedicado al cubismo (1954-1961) hasta el realismo (1971-2000), pasando por el impresionismo (1962-1968) y el postcubismo (1968-1971). Este viaje en el tiempo nos permite ver su evolución.
Un niño de la guerra
Dice Arenaza en su libro que “un artista muere creativamente hablando cuando deja de hacerse preguntas que atañen tanto a su trabajo como a su percepción del mundo que le rodea. Carmelo –señala- no dejó de interrogarse hasta el final de sus días”. ¿Qué cuestiones sustentaron su vida?
Carmelo Bilbao-Unanue nació en 1928 en Deusto, al poco de que este pueblo dejara de ser tal para anexionarse a Bilbao formando la parte importante de la Villa que hoy es. Su padre, procedente del mundo rural, había venido a la capital a trabajar en la sección de Calderería de los Astilleros Euskalduna. Su recia labor diaria no era óbice para dedicarse a la lectura y a escuchar ópera en sus ratos de ocio. Curiosamente las temporadas de ópera de Bilbao tienen lugar hoy en el palacio levantado en el solar que los referidos astilleros dejaron libre.Tal vez influenciado por este interés paterno hacia las artes, Carmelo pensó que estaba predestinado a la pintura porque ya desde el primer momento destacó en esta materia. La guerra civil marcó también a esta familia. El artista recordaría siempre la tristeza que le produjo despedirse de su adorado padre cuando en 1937 embarcó con 2.500 niños rumbo a un futuro incierto huyendo de los bombardeos. Su exilio discurrió en la localidad francesa de Laval; luego el retorno, con su tiempo como colegial y sus primeros pinitos tanteando el escaso mundo cultural que entonces había en Bilbao.
Abrirse al mundo
Eran tertulias en las que se hablaba de la evolución que sufrían las artes fuera de nuestras fronteras. Carmelo, ilusionado con aquellos comentarios y su natural vocación aventurera, decidió conocer mundo y hablar distintos idiomas para intercambiar impresiones con personas de otros países. Se lanzó al vacío marchando a París con un desconocimiento total del francés. Para colmo lo hizo en mala época, durante la ocupación nazi.
Salió del trance trabajando en la hostelería y cuando lo cree oportuno salta a Londres y de allí a Canadá, donde toma contacto con artistas que le abren nuevos caminos. Su primera exposición como pintor la realizó en 1957 en Toronto. Dos años más tarde volvió a Europa estableciéndose en Viena, Múnich y Frankfurt. En 1961, tras un tiempo en París y Roma, regresó a su ciudad natal. Artísticamente ya había iniciado su etapa cubista, si bien en con el lienzo Noche y día tentaba al surrealismo. La ría de Bilbao es un permanente foco de inspiración. Pinta barquichuelos, remolcadores, boyas… Es un trabajo que le gusta y que desarrolla con soltura. Sin embargo, en las tertulias sigue defendiendo a capa y espada a su maestro Vázquez Díaz. Pero son sus contactos con Londres y Canadá los que le mantienen en un apreciado lugar galerístico. Se le conoce más en el extranjero que aquí.
Se dice de él que trató de humanizar la pintura cubista en el sentido literal de la palabra. Es posible. Fue fiel al cubismo al que aportó su propia sensibilidad. Dibujaba muy bien y lo hacía en todo momento y con cualquier motivo. Utiliza el óleo con hábil destreza, dejando clara su inclinación por los verdes y grises que se pueden ver en galerías de Canadá, Estados Unidos, Francia, Noruega, Reino Unido… También en Madrid y en su Bilbao natal.
La Gran Enciclopedia Vasca dedicó tres fascículos a su obra y Maestros del Arte Español Contemporáneo su tomo número 9. Sus cuadros cuelgan en el Ayuntamiento de Sandefjold (Noruega); en el Ober-Regierungs, de Freiburg (Alemania); en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York; la National Museum of Fines Arts de La Valetta (Malta); el Ayuntamiento de Getxo (Bizkaia); el Museo de Artistas Vascos Contemporáneos, de Bilbao; y la sede central de la BBK, en Bilbao.
Ocaso y fin
Es triste que una persona tan activa como Carmelo Bilbao-Unanue tuviera un final tan penoso. Ya en 1999 se dio cuenta de que tenía unas lagunas mentales muy preocupantes. En realidad era un principio de Alzheimer que iría sesgando su ser, impidiendo que sus manos se deslicen por los lienzos o sobre el papel con la seguridad y destreza de tiempos pretéritos. En sus momentos de lucidez contaba a sus inmediatos que posiblemente era autor de unos dos mil cuadros. Dejó pendiente su gran ilusión de dar la vuelta al mundo en un Land-Rover.Cuando sus piernas empezaron a flaquear apoyaba el cuerpo en su Adriana para desplazarse por casa. Un mal día dio un traspiés y se cayó fracturándose una cadera. Fue el principio del fin. Postrado en cama se despidió definitivamente en 2005. Dejó su obra y un recuerdo imperecedero. “Miro este cuadro y parece que le estoy viendo a él. Me viene a la memoria el apego que tenía por la pintura y el cariño que puso al realizarlo”, me dice su viuda ante el cuadro Músico. Su hija, Karen Amaia, que tiene orientada su vida artística hacia la fotografía, prefiere el titulado Iglesia: “¡Me trae tantos recuerdos!”.
Estas evocaciones se repiten ante cada una de las ciento cinco obras que se exponen en un marco tan destacado como es la sala donde se exhiben. Unos son trabajos que atesora la familia y otros pertenecen a coleccionistas particulares. Con todos ellos se rinde homenaje a quien fuera tan querido y admirado artista.