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Matar x matarHumor negroPor Alberto García-Teresa
Reparto: Paloma del Campo, Laura Garmo y Pili Palomo Dirección: Vanessa Palomo Sonido y diseño gráfico: Antonio García Iluminación: Vanessa Palomo Producción: Pombo teatro Funciones: Sábados de enero y febrero de 2010 Estructuralmente, Matar x matar consiste en una yuxtaposición de escenas que no guardan una causalidad entre sí, una relación argumental. Agrupa diferentes tipos de situaciones, con distintas clases de personas y de desencadenantes, marcadas por apagones que las separan. Además, se intercalan, como hilo conductor, grabaciones de diversos momentos del programa de radio con anuncios (especialmente divertidos, de objetos cotidianos pero enfocados en su uso para asesinos) y llamadas de teléfono supuestamente en directo, reproducidas en un escenario vacío y con las luces apagadas. En esencia, la obra reproduce el modelo de sucesión de skechts. Es, precisamente, la consecuencia de ello su punto flojo. Esa yuxtaposición genera escenas autónomas, autolimitadas, que no aportan elementos para un discurso global o gradación que dé lugar a una conclusión. Así, no existe una recapitulación que pueda englobar y cohesionar todo, y, por tanto, ofrece la sensación de que ninguna escena es imprescindible; que se hubieran podido añadir o eliminar bastantes sin que se resintiera el conjunto. De hecho, la última escena es la más climática, pero no supone una resolución de ningún tipo. Sin embargo, sí es cierto que se intercalan tres episodios relacionados, que se resuelven en una escena completa hacia la mitad de la representación. Esto sirve para dar cierta ligera impresión de unidad a la obra, al generar cierta expectación, pero no ofrece nada más en especial. Esas tres intervenciones juegan a crear confusión y aportan una cierta nota surrealista, pero en el fondo toda la secuencia funciona como una escena más sólo que dispuesta de manera fragmentada. Ya aludía a que Matar x matar apuesta por el humor. Efectivamente, el motor de la obra es, fundamentalmente, el humor negro, y es uno de sus aciertos. Las representaciones son exageraciones muy corrosivas, que manifiestan el absurdo o rozan el surrealismo. Lo que provoca los asesinatos, de hecho, son situaciones que desquician a los asesinos y que explotan de esa manera. Por eso también existe un acusado costumbrismo satírico, porque emplea las referencias que tiene el público para agravar los estereotipos (un futbolero, un friki, un bakalaero, un mafioso, una anciana). De este modo incluso dan pie a cierta crítica social (de la situación de la mujer en el patriarcado, de la importancia de la apariencia o ciertos hábitos embrutecedores). En ese sentido, hallamos una enorme variedad de registros, episodios o incluso formas de comunicar la historia: coloquio, monólogo, monólogo con representación al fondo evocada, apartes, reproducción con una voz en off de los pensamientos, flashbacks, explicación con un aparte de lo que está sucediendo, representaciones aceleradas o ralentizadas. También incorporan bailes ridículos, en el que sobresale el final de Sabrina y su mítico "Boys, boys, boys". Toda esta enorme variedad, en todos los sentidos, le ofrece dinamismo y una diversidad que, a pesar de girar toda la obra sobre un mismo concepto, logra presentar una obra rica, fresca, divertida y entretenida. La producción no busca reflexionar sobre la violencia, sobre el asesinato, sino, sencillamente, jugar con el humor en su vertiente más negra y plasmar una sátira costumbrista (y por debajo de ella subyace una intención de denuncia y propuesta de cambio). En esa última escena, precisamente, se rompen los niveles ficcionales, pues los fallos en la música (además de un hilarante baile) provocan que una de las actrices salga de su personaje, se enfrente con los técnicos y, finalmente, la emprenda a tiros con ellos; es decir, resulte intradiegético; continúe siendo ficción y, de hecho, quede dentro de la composición y del concepto de la obra: un personaje desquiciado que asesina como única vía para encontrar la tranquilidad. Aunque ya se había coqueteado en la obra anteriormente con el metateatro en otras escenas, ninguna lo aborda de una forma tan abierta. De este modo, el hecho de la coincidencia del nombre del programa con el de la propia obra da pie a pequeños guiños al público para agradecerle su atención, su asistencia o para emplazarles a la siguiente emisión (que se corresponde con la siguiente representación). En ese pequeño juego se activan distintos niveles ficcionales, pues la ambivalencia permite que el enunciado quede dentro de la ficción o bien que sea metateatro; una locución que habla de lo que se está representado y que el público acepta interpretar como ficción. La representación está dirigida por completo hacia el público. Son mayoría las interpelaciones directas, con una escena representada de fondo, bien ilustrando lo enunciado o bien como pie a los comentarios del personaje que habla (diríamos que la acción ha ocurrido y se retoma, en lo primero, o bien sucede simultáneamente, en lo segundo). Sin embargo, en otras el público es espectador, no el receptor directo del discurso de los personajes, y éstos dialogan entre sí exclusivamente. Por otro lado, las tres actrices que componen el elenco despliegan gran variedad de recursos expresivos para conseguir variedad en todas las escenas. Juegan así con distintos tonos de voz, acentos y registros, y, especialmente, explotan la mímica y la expresividad corporal. El culmen de esa facilidad de caracterización llega en una escena con una terapia de grupo, donde, de manera muy rápida, un personaje expone sucintamente su caso y los otros ya van transformándose en el siguiente mientras le oyen e intervienen. En ese sentido, todos los personajes son individuos en situaciones fuera de control, que pierden la paciencia y se desquician por situaciones exageradas pero en absoluto extrañas. "Estoy rodeada de pirados", grita uno en un momento dado, y es algo que responde fielmente a la realidad de la obra. Otros resultan actos de venganza, con gran ensañamiento. Son ciertamente psicópatas en momentos de crisis. Lo llamativo es la indiferencia de todos ellos ante la muerte (y del público). Esa insensibilidad se produce por el tratamiento irónico y extremadamente cómico (aunque sea de humor negro) de las situaciones, que implican una distancia sobre los hechos reales. Además, hábilmente, la muerte queda fuera de escena. Nunca se explicita, pues se apagan las luces o concluye la escena antes del asesinato. Se oye sólo a veces los gritos, las risas macabras o los golpes secos. No interesa a los autores, pues, recrearse en la truculencia, sino explorar el humor negro en situaciones límite. Para la representación se hace un uso muy intenso de las posibilidades de las luces y la música. Ya he mencionado que los apagones marcan el cambio de escena o también elipsis (el acto del asesinato mismamente) pero además se juega con diferentes tonalidades para agudizar las sensaciones y sentimientos representados. La música, muy variada, en concordancia con la diversidad expresiva, representativa y sociológica de la obra, se emplea con igual intención. Cabe mencionar que reproducen canciones conocidas (como temas de bandas sonoras de intriga o terror), con lo que, además de un claro guiño al lector, se recupera la connotación individual de cada espectador. Igualmente, se utilizan abundantes efectos sonoros para completar lo narrado dentro del escenario. Por tanto, sumado a los citados fragmentos del programa de radio, esto hace que la reproducción sonora se convierta en una pieza fundamental del aparato narrativo. Por otro lado, el decorado se compone de unas telas negras que cubren un espacio rectangular (que separa, de hecho, los bastidores), en el cual se colocan tres sillas plegables casi de manera continua y entran y salen pequeños objetos según requiera la escena. Se apela, por tanto, al valor simbólico, a la metonimia también del vestuario: sobre una camiseta y un pantalón negro, se colocan sombreros, camisas, cazadoras y otro ropaje mínimo de manera constante. La mencionada escena de la terapia de grupo es el mejor ejemplo de ello. Finalmente, he de mencionar la relación que entabla la ficción con el público y con el espacio que va más allá del escenario. De esta manera, en un par de ocasiones, las actrices se mueven entre las filas de butacas, o una, encarnando a una sadomasoquista, provoca a los espectadores, o les salpican chorros de espuma de afeitar en otra. Es decir, intentan traspasar la cuarta pared y contaminar la realidad de ficción o la ficción de realidad. Es llamativo en ese sentido el monólogo de un personaje, una exquisita y pedante (y ridícula) aficionada al arte, que asiste a una representación teatral (mientras dos jóvenes que responden al estereotipo barriobajero arman bronca al fondo). Se dirige a los espectadores y plantea "¿creéis que estáis en el teatro griego?", aludiendo al papel del público y su capacidad de participación. El discurso, claramente irónico, se contrasta con la propia praxis de la obra. Así, Matar x matar resulta una obra que explora abundantes medios de expresión y de representación, que gira exitosamente en torno al humor satírico, pero que se resiente por una estructura demasiada deudora de la sucesión de sketchs. |
Nº
57 - Mayo de 2010 |
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