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Aracely AlarcónEdiciones Sammer. Madrid, 2008. 324 págs."La pintura está para interpretar, para sugerir más que para indicar"Por Julia Sáez-Angulo A principios de los 90, hizo su aparición decidida en el circuito artístico. De inmediato el público acogió con mimo su obra su obra y la crítica elogió su pintura. La carrera artística de Aracely Alarcón (Albolote, Granada, 1956) iba a ser imparable. Ya en esa década comenzó a exponer en Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos... Con modestia y sabiduría plástica, reconocía su formación y sus raíces. Además de los grandes pintores de la Historia del Arte que se exhiben en los museos, estaban sus maestros más cercanos, tres nombres muy distintos y de factura muy diversa: Luis Cajal, Francisco Molina y... De cada uno de ellos aprendió distintas cosas: a moler y preparar los pigmentos, técnicas, grisallas, veladuras, cocina de pintura... y escuchó buenos consejos. El futuro, ya sabía, iba a depender de ella, de sus opciones estéticas y plásticas ante el color y la forma, del ritmo, la composición y el estilo que tendría que aplicar a su pintura. De esa manera, dejando atrás a sus maestros –sin olvidarlos-, pondría un eslabón más en el gran cordón umbilical del arte que entronca a cada nombre con las cuevas de Altamira y Lascaux. La memoria de menos de tres mil años no interesa, dejó dicho Goethe. Si un artista no tiene tras de sí la enseñanza de buenos maestros su arte será ingenuo; sin el peso, los moldes y la sabiduría de la tradición, su obra carecerá de firmeza. Para dar un paso más, hay que haber avanzado primero un buen trecho de la mano del sabio. Aracely Alarcón lo hizo al afirmarse en su pintura, caracterizada por el dominio del color y una figuración expresionista que se traduce de modo habitual con una técnica mixta a base de óleo y acrílicos fundamentalmente. Una figuración insinuante o abocetada que sugiere, más que muestra, que requiere la complicidad del espectador para completar la realidad o ensoñación de las formas. A la pintora no le interesa plasmar dibujísticamente las figuras; le parece impúdico, impropio del arte. A su juicio, la pintura está para interpretar, para sugerir más que para indicar. Amplio registro temático La primera apariencia de las cosas nos va acercando paulatinamente a la realidad. Si la pintura, es por definición ilusionística, comparada con la rotundidad táctil de la escultura, no debe perder ese carácter insinuante que la perpetúa como reina en la historia de las Bellas Artes, aunque en décadas pasadas algún insensato profetizara sin acierto que la pintura había muerto. La pintura vive y goza de buena salud. Ahí están los coleccionistas que siguen corroborándolo. Ahí están los cuadros de buena factura de Araceli Alarcón. Ahí está una obra con señas de identidad propias, valentía y coraje en su cromatismo, veladuras, trazo y gesto. Una obra que elige el trasunto pictórico en función de su belleza o deslumbramiento provocado en el pintor, en virtud de su sugerencia compositiva y la reverberación de luces que permita una rica escala de colores. Pintura de amplio registro temático en el que se dan cita el paisaje urbano –sobre todo monumental- y rústico; las marinas o puertos de mar; los veleros; las flores y floreros; los bodegones y naturalezas muertas, presentes en una infinitud de objetos como cerámicas, cristales, cestaños... materiales que dan lugar a texturas al representar los juegos de luces y reflejos que permiten. Abanicos en ritmos circulares Abanicos son objetos también repetidos por la autora al prestarse al despliegue de ritmos circulares en la superficie del cuadro; algo similar cabe decir de las bicicletas con los círculos perfectos de sus ruedas y la estructura de su maquinaria. La figura humana se presenta junto a una serie de coches y también en los numerosos retratos llevados a cabo por Aracely Alarcón, aunque no hayan sido motivo habitual de exposición pública. Series pictóricas que se van enriqueciendo a medida que pasa el tiempo y discurre diligente el trabajo de la autora granadina. Una pintora que ha indagado e investigado continuamente en su estudio para ir más allá de lo aprendido y ya visto, para renovarse y evitar repeticiones, para enriquecerse con diferentes apliques de espátula o toques de pincel, para estudiar veladuras más sutiles, para matizar con gestos sutiles o ligeros esgrafiados... En este sentido Aracely Alarcón ha tenido buena parte de autodidacta; ha aprendido muchas cosas en la soledad del laboratorio de su estudio; en la persistencia de su empeño plástico; en hacer, mirar, observar, rechazar y elegir. "Yo no busco, encuentro", decía Picasso para definir la actitud de muchos artistas, a la que no ha escapado la pintora. Pero esta entrada triunfal en el circuito del arte durante los 90, tenía unas bases muy sólidas en las referencias y antecedentes de la trayectoria de la autora. En su familia no había antepasados pintores pero sí artistas de la música como su padre, intérprete de numerosos instrumentos. La sensibilidad musical de la casa no prestó excesiva atención al continuo dibujar de Aracely desde la infancia, pero el momento oportuno llegó al entrar en el estudio de un buen amigo de la familia, el pintor Pedro Bueno, que tenía su estudio en una casa con jardín en la localidad cordobesa de Villar del Río. El pintor había sido uno de los invitados a su boda. "Si no hablas, si sólo miras, puedes venir al taller cuando quieras", le dijo Pedro Bueno a Aracely cuando contaba dieciocho años y sabía de sus dotes para el dibujo. La autora no desperdició la ocasión y allí iba a ver dibujar y pintar al cordobés, un artista de genio y talento. Le vio pintar gitanillas y bodegones de brevas, limones, melocotones que recogía de su jardín. Nunca le enseñó nada con palabras, pero el silencio y la mirada atenta sirvieron a la pintora para arrancar secretos y destrezas del maestro. Más adelante fue en Boadilla del Monte, localidad cercana a Madrid en la que residió treinta años, donde se acendró su primera formación de pintora. Los talleres del Centro Cultural del Ayuntamiento boadillense, con Maribel Torre Cañeque al frente, le dieron una valiosa educación artística interdisciplinar a base de dibujar numerosas academias de bustos y estatuas clásicas; cerámica, esmaltes, grabado, linóleo, ... Allí comenzó a entrar en contacto con nombres consagrados de la pintura como Jaime de Jaraiz y Carlos Morago, que le animaban en su pintura. En esos años de Boadilla, fundamentalmente los 80, Aracely Alarcón pintó numerosos retratos y paisajes. Cuenta que pintó "todo el entorno del municipio": el monte bajo de encinas y fresnos; los cotos del marqués y del duque de Rúspoli. Una y mil veces, desde todos sus ángulos, el soberbio palacio del Infante Don Luis... Los premios se sucedían. En el Taller del Prado El salto definitivo lo hizo a partir del encuentro con su primo el periodista Antonio Morales, director de El Correo del Arte. Fue una sorpresa recíproca el hecho de que ambos se dedicaran al arte de una u otra forma. Morales le recomendó acudir a las clases de Luis Cajal en el estudio de Betsy Westemdorp en Mahadahonda. Como aprendiz obediente, seguía las exigentes indicaciones del maestro para moler y preparar los pigmentos, para hacer grisallas... Fue el principio de una carrera profesional rigurosa. Allí conoció a Mayte Spínola, dinamizadora de las artes, mecenas de artistas y fundadora del Grupo Arte y Cultura. -Si no tocas más ese cuadro, te lo compro- le dijo Spínola un día, ante una pintura del taller. La amistad de ambas mujeres ha granado en múltiples proyectos artísticos y museísticos en Marmolejo (Jaén); Sofía (Bulgaria); Azuaga (Badajoz); Salta (Argentina)... donde figura obra de la pintora granadina. Cuando más adelante acudió al Taller del Prado junto a Francisco Molina Montero, al que Aracely reconoce con entusiasmo sus dotes de profesor de arte, la autora se encontró con un mundo estimulante de artistas reconocidos que acudían por allí, con los que se organizaban intensas tertulias sobre el oficio, el arte y el circuito artístico: Daniel Merino, Juan Fernández, Jorge Ludueña, José Luis Romeral, José Carralero... Aracely no quería quemar etapas. Dio mucha importancia a su formación y nunca tuvo nunca prisa en exponer; le parecía –con razón- que era algo muy serio. A la antigua usanza de los gremios, sólo se presentó ante la opinión pública cuando obtuvo el visto bueno de sus maestros. Y una vez que compareció, arrasó. El hecho de vender todo o casi todo lo expuesto le hizo tener un reconocimiento sólido. Fue entonces cuando el galerista Sam Benadí tomó la obra bajo su dirección y la llevó al mercado internacional de diversos países de Europa. Todo un lanzamiento que acuñó con fuerza el nombre de Aracely Alarcón. Paralelamente, la pintora comenzó a comparecer en los certámenes más importantes de pintura rápida o pintura al aire libre. Días deportivos y gozosos de pintura y buen humor junto a amigos y colegas como Luis Javier Gaya, Blanca Muñoz Baena, Pablo Rodríguez Guy, Bofarull, José Antonio Santos Pastrana, Álvaro Toledo, Carazo, Juan Díaz... "Fueron días inolvidables", recuerda Aracely. Los premios llegaban engarzados como los ramos de cerezas: Ávila, El Escorial, Sigüenza, Cifuentes, El Retiro de Madrid... "Hay un tiempo para todo", dice el Eclesiastés y suscribe la pintora. Viajar y pintar. Una forma de conocimiento La vida es el viaje. No importa la meta. Esto nos lo enseñó el gran viajero del Mediterráneo, Ulises del Mare Nostrum. Homero lo relató con precisión en La Odisea y, por si quedara duda alguna, el poeta griego Cavafis, lo reafirmó en sus versos. Más que llegar a la patria de Ítaca, donde sólo el perro habría de reconocer a Ulises, se trataba de seguir navegando por islas y mares donde acechan los encuentros, las dichas y peligros que componen el peregrinaje del vivir. Un solo placer: el conocimiento, decía el poeta. Viajar y pintar como una forma de gnosis. Araceli Alarcón entendió muy pronto que el viaje era fuente de emoción e inspiración en su trabajo; que viaje y pintura se maridaban de modo indisoluble. El encuentro con los lugares alimentaba las retinas y dinamizaba el ánimo para plasmar en los cuadros la belleza de las ciudades, puertos, bahías, montes, parques y jardines... que el hombre ha creado a lo largo y ancho del planeta. Cada ciudad tiene su aroma diferente, señalaba emocionado y agradecido el escritor ciego Jorge Luis Borges. Cada ciudad tiene su perfil recortado en el cielo, el skay line, su silueta, rincones, árboles, macizos, rosaledas... Sólo espera al artista que lo despierte emocionado en su obra. No hay mayor desgracia que ser ciego en Granada, repite el dicho popular convocando a dar limosna al desvalido. Aracely Alarcón lo ha oído mil veces en su tierra natal, al tiempo que sus ojos no se acostumbraban, maravillados, ante la belleza de su tierra andaluza. La Alambra y el Generalife son un conjunto histórico artístico de tal magnitud que mereció la declaración de patrimonio mundial por la Unesco. Sus ojos de pintora se han posado una y otra vez sobre ese conjunto palaciego del arte hispano musulmán, el Palacio Rojo, que se levanta al otro lado del Darro y el Genil , frente a los cármenes ajardinados de enfrente. El patio de los Leones, el de Lindaraja... La fuente del patio central de la Alambra permite un juego óptico de distancias y reflejos, que la pintora granadina recoge en sus cuadros a base de gradaciones encendidas de color, de verdes, amarillos y rojos que incendian la tela del soporte. Una explosión cromática sin que los colores se emborrachen unos con otros. Luz en la Alambra titula la autora uno de sus cuadros acogiendo su intención de captar las reverberaciones cromáticas que el sol es capaz de crear y depositar en el sur, para que los pintores las recojan en su obra. Algún escritor ha señalado con acierto que Andalucía tiene sol, Castilla, luz y el norte, grisalla. Aracely Alarcón se precia de haber recorrido en su pintura todas las provincias españolas, de haber extraído de cada una su "topos" singular. Con Teruel puso punto final al recorrido. Madrid, donde reside, ha sido recreado en su perfil desde el parque del Oeste, con el palacio de Oriente, la catedral de la Almudena y la basílica de San Francisco; los frondosos boscajes del Parque del Retiro; su plaza Mayor, la puerta de Alcalá; el Museo del Prado... Madrid y sus alrededores Algunos sostienen que lo mejor de Madrid son sus alrededores y entienden por tales: El Escorial, Aranjuez, Buitrago, Toledo, Segovia, Ávila... La meseta castellana es rica en historia y monumentos; nada de ello se escapa al ojo atento de la pintora, a la mano dispuesta a aplicar el color que vuela desenvuelto para dar forma en la distancia sin dibujar de modo relamido las cosas. Uno imagina el frunce de ojos de Aracely a la hora de enfocar la mirada sobre la tela pintada, un gesto que a veces repetimos los críticos y los coleccionistas. El resultado es una sinfonía de cuadros sobre el conjunto monumental del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, con su torres, pináculos y espléndida cúpula; con sus dieciséis patios presididos por el patio de Reyes, el jardín de los Frailes, que evocara Azaña en uno de sus libros; las Casas del Príncipe de arriba y abajo, la visa desde la silla de Felipe II; la Universidad María Cristina y los montes que rodean tanta riqueza: el Abantos, el San Benito, las Machotas, casi gemelas... Belleza natural y belleza creada por el arquitecto Juan de Herrera, que Aracely Alarcón acoge en la sinfonía cromática las horas del día, como Manet o las estaciones del año: verdes tiernos, verdes sólidos, amarillos, dorados, ocres, rojos, blancos de nieve... Toda la gradación cromática posible desde el rosicler matutino al encendido y deslumbrante de poniente. Del palacio de Aranjuez y sus jardines cabe decir otro tanto, similar a lo apuntado para el monasterio escurialense La tarea de la pintora es hacer permanente la visión de una escena que quizás ya no vuelva o no se repita; congelar en el cuadro un sueño entrevisto para que perdure en el tiempo; apresar los efectos cambiantes de la luz. Ars longa, vita brevis; la vida es corta y el arte prolongado. Recorrido por toda España Aracely Alarcón busca las líneas geométricas del paisaje para componer con rigor, para que la mancha del color se sostenga, para que el gesto cobre sentido, para que el trazo se sustente y las veladuras cubran adecuadas con su manto invisible. En su recorrido viajero sigue, con mirada atenta los lugares, y toma como referencia los puntos más elevados del perfil de las ciudades o los pueblos. "Si en un pueblecito no hay una iglesia con una torre o una espadaña no me interesa y paso de largo", confiesa la autora. Seguramente por eso apenas representa los campos y las tierras planas, salvo algunos paisajes de Guadalajara, una tierra llana y de montes bajos. Repasar el repertorio de paisajes representados en la obra de la pintora granadina pudiera ser excesivo, pero vale la pena registrar en este libro algunos de los items más significativos. Además de los lugares citados: Cuenca, Tordesillas, Arenas de San Pedro, Consuegra, Trujillo, el Adaja... Chinchón, Casares, Alarcón, Langa... La autora no busca el lugar por ser pintoresco sino por lo que su arquitectura o perfil le inspira y sugiere a la hora de componer y aplicar el color; de dibujar y construir la pintura con el color. A veces representa los lugares con un color dominante como avanzan los títulos: El Escorial en rojos; El Escorial en verdes; El castillo de Alarcón en rojos; Bahía en rojos; Toledo en blancos... En el mar y en los puertos La pintora también ha recorrido el Mare Nostrum de la cultura clásica, el mas hermoso ponto europeo con su infinita escala de azules. Sus cuadros van dando muestra puntual de sus escalas, desde Almería puerto y alcazaba hasta Puerto de Barcelona, pasando por Puerto Chico de Málaga. Como el personaje mítico de "La Odisea", Aracely Alarcón se detiene en las islas y se deja sorprender por la magia de unas vistas a las que de antemano se resistía. Nunca quiso pintar el puerto de Palma de Mallorca que conocía por fotos y postales; no le interesaba, pero la realidad pudo con su resistencia y desdén, cuando la visión deslumbrante del puerto de la isla, con la soberbia catedral al fondo la dejó en suspenso. Los pinceles no se hicieron esperar y, bajo la elevada catedral en rojos radiantes y cielos dorados que se reflejan en las aguas, se alinean una sucesión armónica de barcos y barcas con sus mástiles enhiestos como las lanzas de un cuadro de Paolo Ucelo. Venecia es otro tópico acendrado de belleza marina. Sabemos que todo tópico tiene su raíz en una verdad. ¿Qué artista no se ha dejado seducir por el encanto del más hermosos palafito que han creado los hombres? Aracely Alarcón viajó a la ciudad de la gran laguna sin ánimo alguno de plasmarla en su obra, pensando que la ciudad italiana ya había quedado suficientemente inmortalizada por Guardi, Canaletto, Fortuny y tantos otros... Pero la pintora siempre viaja con sus lápices, pinceles y colores y, al igual que sus antecesores en la historia de la pintura, cayó rendida a los pies de Venecia, quizás con el conocido síndrome de Stendhal, que no es otro que el de ponerse enfermo como el escritor ante tanta belleza. La autora registró algunas vedutte en sus lienzos. Se interesó fundamentalmente por los pequeños canales de la ciudad y algún ponticello que permite cruzar las vías del agua. Reflejos de agua y oro se dan cita en estos cuadros; los rojos y siena de los palacios se recuestan en azules celestes y dejan atravesar por las monedas doradas que le acuña el sol. No hubiéramos entendido, no le hubiéramos perdonado a la pintora, que pasara por la ciudad más irreal de Europa y la hubiera aparcado de su obra. Hubiera sido un contrasentido en su viaje mediterráneo. Un viaje más lejano, al mar del norte, le llevó hasta las costas y puertos noruegos. Bergen fue el lugar más recreado en sus óleos. En Bergen es un cuadro hermoso donde las casas ponen el fondo una sólida pantalla de formas cúbicas para acoger delante el juego poligonal de los barcos, la verticalidad de sus mástiles y el reflejo de sus aguas plateadas. Aracely Alarcón ha recalado en numerosos puertos como pretextos excelentes para pintar. Los mástiles de los barcos y barcazas ayudan a componer la escena pictórica, confiesa la autora. El repertorio de playas y puertos representados es abundante; basten algunas citas: Barcelona, Palma de Mallorca, Soller, Málaga, Estepona, Puerto Chico, Puerto Banús, Puerto Colón, Castro Urdiales, Ribadesella, San Vicente de la Barquera, La Dragonera, Almería, Gibraltar, Nápoles, Venecia, Túnez, Londres, Nueva York... Veleros, nostalgia histórica Un quiebro en su trabajo plástico de marinas se produjo cuando la pintora presenció la regata de antiguas embarcaciones y veleros europeos que va de Valencia a La Coruña. Ella la presenció en Puerto Chico de Málaga. La estructura de los veleros emergía del agua con una fuerza evocadora única. Aquellas embarcaciones mayestáticas ofrecían unas formas rotundas y hermosas que invitaban a una composición singular; el despliegue de sus velas –pura geometría triangular o trapezoidal- le atraía las retinas de Aracely y se dejó seducir por sus siluetas. Así fue como surgió su serie pictórica de veleros que ha sido bien apreciada por determinados coleccionistas. Los veleros tienen algo de nostalgia histórica; de viaje a un pasado no lejano que habla de navegación, descubrimiento y conquista; de piratería y abordajes; de aventuras literarias con Simbad o Barbarroja... Navegando solo es un cuadro que presenta al velero como algo fantasmal, casi onírico, donde se invita a la mirada del espectador a imaginar el lugar donde se encuentra, si en un punto geográfico o en los sueños de rojos y azules que cabalgan en la noche. Ha representado, entre otros, al buque escuela Juan Sebastián Elcano y al buque búlgaro denominado Kalina. Apliques de color en planos y gestos, manchas, veladuras, raspaduras... aportan finas calidades matéricas a las obras para que describan, rompan y velen al mismo tiempo la realidad y apariencia de las cosas, porque por encima de los veleros y otras formas, el auténtico repertorio de la autora es la pintura. Pintura de buena resolución y factura, porque nos movemos en el mundo ilusionístico del arte, donde nos regimos por la convención de que nada es lo que parece, porque la creatividad plástica de la autora va más allá de lo puramente representado. La Dirección General de Correos de España
eligió y reprodujo uno de los veleros pintados por Aracely Alarcón
para uno de sus sellos, con motivo del XXV aniversario de la Constitución
Española (2003), con un valor facial de 0.26 euros. Se titulaba
"25 años navegando". Este ha sido su velero más
viajero junto a la cornamusa del servicio postal español. |
Nº
43 - Marzo de 2009 |
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