Roberto Juarroz: Poesía vertical (Antología)
Edición y selección de Francisco José Cruz Pérez
Ed. Visor. 2º edición corregida y aumentada, 2008. 308 págs.
Por Alberto García-Teresa
La obra de Roberto Juarroz es una poesía en expansión,
que es coherente más allá de la propia organización
editorial (a su primer libro, Poesía vertical, le sucedieron
otros tantos con el mismo título, hasta la Decimotercera Poesía
vertical), que se complementa a sí misma. Se trata de una
obra en continua construcción, lo que demuestra el carácter
abierto, interminable, en absoluto dogmático, de su poética.
Es una poesía de indagación, de penetración
en lo real. Juarroz atraviesa la realidad pero se apoya en ella. Apela
a lo insustancial para esta misión ("tu ojo me ve más
/ con la parte que no me mira"), lo que se une a una rotunda convicción
de que es la presencia completa (de ahí los juegos y la importancia
del verbo "ser" en sus versos), la alerta total de cuerpo, sentidos
y alma, la que puede acceder a esa plenitud. Busca iluminar con su palabra
(aunque ese concepto de "iluminación" sea oscuro, complejo),
pero de una manera palpable; no teológica, sino metafísica.
Así, su poesía gira en torno al concepto
de percepción. Su enfoque es el que otorga "calidad"
a una vivencia, a una experiencia. La trascendencia, que es intrínseca,
innata, es accesible a todos. Sólo la actitud, la óptica,
la disposición, es la llave para entrar en ese territorio inasible.
Juarroz
no lo describe. No dedica tiempo a penas a hablar de esa plenitud, sino
que se detiene en analizar el camino que nos lleva a ella. Marchamos junto
al poeta en esa búsqueda. Le acompañamos y él nos
guía en el trayecto, señalándonos la senda, que tiene
carácter intuitivo y no se puede racionalizar.
Son múltiples los senderos para entrar, al igual
que múltiple, rica y poliédrica es la realidad: "es
preciso demoler la ilusión / de una realidad en un solo sentido".
Es más, la escritura del poeta parece construir y levantar una
nueva realidad; no sustitutoria, sino paralela, en donde se intensifica
la respiración.
Juarroz trata de plasmar esa multiplicidad de la realidad
con poemas evasivos, parcialmente globalizadores, que manifiestan la dualidad,
el dinamismo y constatan la permanencia activa de un embriagador sustrato
por debajo del mundo aparente. Aspira a la confluencia de todo, también
de materia y pensamiento ("el pensamiento es también materia
y la materia pensamiento"). Busca una realidad intermedia, híbrida;
aquélla que contenga el ser en el no-ser y el no-ser en el ser.
Y, sin embargo, plantea que tiene mayor importancia el trayecto que el
acierto total: "muchos comprenden tarde / que el destino es volar
/ y no clavarse (...)/ se aproximan al blanco / y tan sólo lo tocan".
Es, así, una persecución de la inminencia antes que de la
culminación; una pretensión de quedarse en el quicio de
la plenitud.
Sin embargo, late un sentido humanístico en su
obra. Decía antes que se apoya en lo real para penetrar en la realidad,
y lo hace porque quiere que lo hagan igualmente los hombres; que puedan
todos alcanzar la plenitud en una realidad doliente
e injusta. El ser humano se halla desconcertado, y Juarroz parece pretender
señalar una vía para la salvación de su vida, para
que ésta sea vivida y merezca la pena. Como se dice en el excelente
prólogo, "busca, sobre todo, profundizar en las capacidades
del hombre para transformarse y transformar su entorno". Porque el
camino que indica Juarroz debe ser recorrido por un individuo, por una
subjetividad y, no en vano, "el ser empieza entre mis manos de hombre".
Es más, buena parte de la intención de
búsqueda surge por inconformismo, por malestar: "eso es lo
necesario: / que aparezca otra luz. / O atreverse a crearla". Así,
la carencia es lo que nos motiva a avanzar: "lo que no tenemos /
nos abre más a la vida", afirma.
Sin embargo, asegura que "el hombre no es una criatura
despierta" porque "desconoce lo abierto". Por ello, propone
una renovación total, que afecta al propio sujeto: "habría
que inventar también / otra forma más concreta del hombre".
La nueva mirada debe desaletargarnos: "la salvación por el
asombro".
Aunque el léxico del poeta es muy preciso, existe
una atmósfera de ambigüedad, de incertidumbre, en sus piezas.
Ése es uno de sus principales valores, porque, en el fondo, lo
que plasma el poeta es la sugerencia a través de lo concreto, no
del disfraz, del recoveco o del juego pirotécnico. La fuerza y
la vigorosidad de su poesía es auténtica.
Por otra parte, dota de una grandísima importancia
al primer verso en sus poemas. No en vano, muchos de ellos giran en torno
a la idea ya presentada allí. Además, suelen conservar una
estructura muy marcada. A pesar de ello, los versos transcurren con una
fluidez deliciosa, a pesar de la densidad de su contenido: están
llenos de paradojas, contradicciones, antítesis, dudas, vacilaciones
y contradicciones que obligan, sin embargo, a una lectura entrevelada.
También reflexiona igualmente sobre la propia
poesía. Además de elemento de búsqueda ("las
palabras son pequeñas palancas, / pero no hemos encontrado todavía
su punto de apoyo" o su deseo de "reencontrar las palabras /
en su estadio de pájaros en vuelo"), la poesía es capaz
de afianzar, siempre desde una perspectiva arraigada en el ser humano,
los vínculos con la realidad, es puerta, llave y red para atraparla,
reinterpretarla, reconstruirla y, en definitiva, vivirla plenamente: "El
oficio de la palabra, / más allá de la pequeña miseria
/ y la pequeña ternura de designar esto o aquello, / es un acto
de amor: crear presencia. // El oficio de la palabra / es la posibilidad
de que el mundo diga al mundo, / la posibilidad de que el mundo diga al
hombre. // La palabra: ese cuerpo hacia todo. / La palabra: esos ojos
abiertos."
Así, por tanto, por su vigorosidad, su intensidad,
su precisión léxica, su voluntad de trascendencia, de construcción
de realidad y superación de fronteras, la poesía de Roberto
Juarroz, como tantas veces se ha dicho, resulta imprescindible y supone
una de las cumbres de la poesía del siglo XX.
« |