Woody Allen: Pura anarquía.
Título original: Mere Anarchy .Traducción de Carlos Milla Soler.
Editorial TusQuets. Barcelona, 2007. 192 páginas.
Por Alberto García-Teresa
Es indiscutible que el universo de Woody Allen es uno
de los más singulares, reconocibles e inigualablemente geniales
de la ficción contemporánea. Su narrativa, en ese sentido,
es una extensión de su obra cinematográfica, aunque podría
decirse que es una exageración, un desmelenarse. Allen parte en
sus relatos de los mismos preceptos pero los ejecuta con la libertad que
otorga la palabra, sin las limitaciones de la imagen real (y de los presupuestos
de los estudios).
De
este modo, Pura anarquía es puro Woody Allen: puro humor
absurdo desencadenado, dislocante, cuya ironía le permite estar
por encima de la realidad y burlarse de todo con su peculiarísimo
estilo, hijo del surrealismo, primo lejano del dadaísmo y fruto
de un concienzudo y obsesivo trabajo.
Pero, al mismo tiempo, ése es también
su principal defecto, pues los 18 cuentos que integran este volumen poseen
una estructura y un tono excesivamente semejantes entre sí, por
lo que pueden resultar algo reiterativos en conjunto y no aportar grandes
avances o evoluciones.
Con todo, mediante su alocada exposición de disparates,
Allen logra noquear por asfixia al lector, que no puede respirar y que
queda a merced totalmente de un ritmo agilísimo, donde apenas importa
la trama (de ahí la ausencia de situaciones climáticas o
la nula relevancia de los finales), sino ese conglomerado de ridículos.
No son los hechos en sí los que provocan ese impacto, sino el juicio
continuo del narrador, en primera persona, sobre ellos (lo que posibilita
que puedan introducirse constantes valoraciones sin interferir en la acción)
que se pone al nivel y supera la extravagancia de lo relatado, destruyendo
todo atisbo de hipotética sensatez posible.
Las situaciones de estos relatos son, en efecto, escenas
propias de sus películas; esas geniales historietas que cuenta
a modo de digresión en primera persona, que tampoco vienen muy
a cuento en el desarrollo del film.
Bajo
sus gafas, Allen lo que pretende es mostrarnos lo absurdo y lo cínico
de nuestra vida, la facilidad de normalizar engaños y cuánto
es capaz de conseguir la apariencia y la soberbia de la mediocridad en
nuestra sociedad. Por ello, los personajes que pululan por las páginas
de esta Pura anarquía (desacertado título) son
seres soberbios, engreídos, que viven en y de sus propias ensoñaciones.
El ridículo irrumpe, entonces, precisamente, cuando las amoldan
a la realidad, lo que da lugar a seres patéticos e irrisorios.
No es inmoral reírse de ellos, puesto que, en verdad, lo que hacemos
es burlarnos de sus aires de grandeza. Del mismo modo, son personas reconocibles
de sus películas; es decir, personajes hipocondríacos, exagerados
y, por lo general, maníacos de todo pelaje que tratan de sobrevivir
a base de autoengaños.
Por otro lado, debemos remarcar que bastantes relatos
surgen de noticias de los periódicos, de sucesos pintorescos que
inspiran a nuestro autor para deformarlas, retorcerlas, llevarlas al extremo
y aplicar su peculiar estilo narrativo, que es ya un fin en sí
mismo, para remarcar lo absurdo de nuestra vida real o mostrarnos hasta
el límite de lo absurdo que puede llegar. Con carcajadas o sin
ellas, el resquemor angustioso, en cualquier caso, nos quedará
como poso de todas maneras.
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