JOHN MILTON: Paraíso Perdido
Abada Editores. Trad. de Enrique López Castellón. Madrid, 2005.
951
páginas.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Trad. de Bel Atreides. Barcelona, 2005. 730 páginas.
Por Ismael Belda
El Paraíso perdido , poema de 10.565 versos divididos en doce libros, que relata la
guerra entre los ángeles caídos y los ejércitos celestiales, y la posterior
caída del hombre, es un libro endemoniadamente extraño. Al comienzo, en una homérica
invocación a la musa, que Milton identifica con el Espíritu Santo, el poeta pide
ayuda para poder así " vindicar la Providencia Eterna / Y los caminos del Señor
justificar ante los hombres ", planteando así el supuesto objetivo de la obra: explicar
el origen del mal en el mundo. Y sin embargo, a medida que leemos percibimos dos cosas: por una
parte que Milton presenta a Dios Padre como a una figura gris, burocrática y cruel; y por
otra, que el personaje de Satán es quizá uno de los más hermosos, complejos
y psicológicamente profundos de la literatura. Es imposible evitar admirar a Satán
y a su ejército de ángeles caídos, imposible no compadecerse de ellos y desear
su victoria.
Entre la crítica posterior surgió inevitablemente una facción llamada "satánica" que
vio en el general de los ejércitos demoníacos a un héroe prometeico que
se opone a la autoridad de Dios (de forma análoga a la oposición de Cromwell
al reinado de Carlos I). En El matrimonio del Cielo y del Infierno , William
Blake escribe famosamente: "La razón por la que Milton escribió en grilletes
cuando escribió acerca de los Ángeles y de Dios, y en libertad cuando lo hizo
acerca de los Diablos y del Infierno, es porque él era un verdadero Poeta y estaba de
parte del Diablo sin saberlo", y también: "Pero en el Libro de Job el Mesías
de Milton es llamado Satán". Y Percy Bishe Shelley en su Defensa de la poesía : "El
Diablo de Milton, en cuanto ser moral, es muy superior a su Dios, en el sentido de alguien
que persevera en un empeño que cree excelente, a pesar de la adversidad y la tortura,
contrapuesto a otro que, en la fría seguridad del triunfo indudable, inflinge la más
horrible venganza a su enemigo con el supuesto designio de exasperarlo para que así merezca
más tormentos".
Por otra parte, críticos católicos como C.S. Lewis (prestigioso scholar y
autor de Las Crónicas de Narnia y de la trilogía de ciencia-ficción Más
allá del Planeta Silencioso , el cual, a pesar de ser un sensitivo crítico
del poema, recomendaba elevar una oración de odio a Satán antes de leer a Milton)
adoptaron una visión más canónica del poema, en la que el pecado se resuelve
fácilmente en forma de desobediencia seguida de justo castigo.
Éstos últimos restan importancia a la energía y la atracción innegables
del personaje de Satán y a su relevancia dentro de la estructura del libro, pero los
primeros pasan por alto a su vez, por ejemplo, el extraño y ridículo destino,
propio de una mascarada medieval, que se reserva para el Diablo y sus huestes (transformados
todos ellos en serpientes, son condenados a comer el fruto de un árbol que solo sabe
a cenizas).
Fuera de todo reductivismo, la estructura ideológica del poema es a menudo inasible y
paradójica, y las disensiones respecto de las doctrinas católica y calvinista
(el rechazo de la creación ex nihilo y de la predestinación) conviven
con numerosos elementos de origen gnóstico y con violentas contradicciones que han hecho
del Paraíso perdido una fuente inagotable de discusión crítica
desde el siglo XIX. Para nosotros quizá no es irreconciliable un Satán admirable
en su hybris de héroe trágico, con una pareja de bellísimos primates
que son expulsados del paraíso por un Dios implacable.
El propósito del Paraíso perdido , su teodicea, fracasa de forma irremediable,
pero quizá no sería la fascinante obra maestra que disfrutamos hoy en día
si Milton no se hubiera perdido en el territorio de su propia y fulgurante imaginación.
Porque el Paraíso perdido es la recreación de una historia que, en palabras
de Salustio, " nunca ha sucedido, pero existe siempre ", es decir, que tiene lugar en
el territorio de lo imaginal , por usar el término de Henry Corbin, y que, además
de un mito explicativo del origen del mal, es quizás un mito acerca del origen de la
conciencia en la forma de una historia en la que interviene misteriosamente un oscuro emisario
llegado de otro mundo, un Dios gris y espantoso y el delicioso fruto de un árbol mágico
que convierte en dioses a los hombres.
John Milton (1608-1674), que se proclamó a sí mismo portavoz de la causa puritana
liderada por Cromwell, vivió una vida dedicada al estudio repleta de continuos reveses
personales. En 1652, tras un largo crepúsculo, quedó totalmente ciego (en el
propio poema se nos cuenta cómo Milton "recibía" sus versos por la noche y tenía
que dictarlos a la mañana siguiente). En 1638 había anunciado la composición
de una gran epopeya nacional inglesa, probablemente basada en los hechos heroicos de un guerrero
mítico como el rey Arturo. Treinta años más tarde, los lectores se encontraron
con un enorme poema cósmico con Eva, Adán, el arcángel Rafael, Satán,
Belcebú y el ángel Abdiel como protagonistas.
Milton escoge un tema que todos sus lectores conocen a la perfección, como en su día
hicieran Homero o Virgilio, y emplea todas las convenciones de la poesía épica
para desarrollarlo: el comienzo in media res , la invocación a la musa, las batallas,
el relato retrospectivo en mitad del poema (en este caso el arcángel Rafael a Adán
y a Eva, como Odiseo a la corte de Alcínoo, o Eneas a Dido), los juegos deportivos entre
guerreros, los símiles homéricos, etc. El tono grandioso requerido por el género
y el asunto está encarnado en el blank verse miltoniano, que fluye imparable
y majestuoso, y nos empuja hacia adelante como una fuerza de la naturaleza, asombrosamente
fluido, asombrosamente variado y poderoso, solamente comparable en inglés al verso de
Shakespeare, más orgánico quizá que el de Milton, que en cambio posee
cierto carácter escultórico.
Por supuesto su poema no fue la epopeya nacional inglesa que pretendió en un principio,
sino que trata de ser la epopeya de las epopeyas: cantando la primera y más importante
guerra, y el primero y más importante de los romances.
Samuel Johnson escribió del Paraíso perdido que "nadie deseó nunca
que fuera más extenso. Su lectura es menos un placer que un deber. Leemos a Milton para
nuestra edificación, nos retiramos abrumados y buscamos entretenimiento en otro lado.
Desertamos del maestro y buscamos amigos", pero hoy podemos redescubrir el gran poema de Milton
como un libro lleno de bellezas inagotables.(al fin y al cabo, el doctor Johnson también
escribió refiriéndose a la obra maestra de Lawrence Sterne: "Nada extraño
permanece. Tristram Shandy no duró"). Harold Bloom, discípulo confeso
de Johnson, ha escrito que hoy en día deberíamos leer el Paraíso perdido como "esplendorosa
ciencia-ficción". Puede que no ande desencaminado.
El Paraíso perdido es un libro casi infinito, uno de esos libros (como la Odisea ,
como la Jerusalén liberada , como la Comedia ) que renacen asombrosamente
con cada lectura y nos alimentan a lo largo de los años. Quizá su mayor valor,
aparte de los riquísimos y fascinantes personajes de Satán y Eva, sea su infinitamente
compleja, hipnótica e irisada textura visual y sonora, verso por verso, imagen por imagen.
La aparición simultánea de dos suntuosas ediciones en español del gran poema
de Milton empieza a compensar quizá la falta de atención que ha sufrido El
paraíso
perdido en nuestro país. La traducción de Enrique López Castellón
(Abada) se vale del endecasílabo, con lo cual, debido a la diferencia de densidad entre éste
y el pentámetro yámbico inglés, el número de versos aumenta a 13.663.
Su versión es amable y se lee con suavidad y placer, pero está diluida a base de perífrasis
y versos explicativos innecesarios y acaba siendo excesivamente infiel al texto de Milton. La de
Bel Atreides (Galaxia Gutenberg), autor de varias notables traducciones de Blake y Wordsworth, se
vale de un verso rítmico de gran flexibilidad y consigue transmitir la energía y la
variedad del verso de Milton ajustándose al texto a menudo de forma casi milagrosa. Quizá su
empeño de luchar contra "la corriente de reduccionismo terminológico que amenaza al
castellano" resulta ocasionalmente en feísmos como " echando manto plata a la oscurana " (libro
IV, verso 609), pero es posible que la suya sea la mejor traducción al castellano hasta la
fecha del gran poema de Milton (a pesar de alguna perdonable imprecisión como la traducción
de platan , el árbol bajo el cual Eva se encuentra con Adán, como " banano ",
cuando equivale en inglés moderno a plane tree , es decir, nuestro común y
urbano plátano ( Platanus hybrida u orientalis ), que es también el árbol
bajo el cual charlaron un día Sócrates y Fedro).
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