Nuria Ruiz de Viñaspre: «La zanja»
por Alberto García-Teresa
Denes, Valencia, 2015. 82 páginas
El juego con el lenguaje se pone en primer plano en el nuevo poemario de Nuria Ruiz de Viñaspre (Logroño, 1969). La autora presenta en La zanja una propuesta más experimental, que avanza desde los parámetros que dibujó en su inmediatamente anterior Pensatorium, en el cual ya hizo de la depuración y del rizoma la base de su escritura. Por debajo, se manifiesta un deseo de mostrar las conexiones, azarosas o caprichosas, de todo lo real, que se unen y que se descomponen con facilidad construyendo nuevas formas (de lenguaje, de representación de mundo o de entidad de mundo). De hecho, el poema y el mismo lenguaje son el motivo de los varios textos recogidos en estas páginas. Al respecto, Viñaspre alerta sobre el lenguaje y sus usos: «a veces las palabras no son lo que dicen que son y esas veces son mortales». No en vano, llega a sentenciar: «tengo tanta confianza en el lenguaje como desconfianza».
La poeta emplea un registro expresionista, con gran poder de evocación, con el que construye imágenes de larga reverberación. En las composiciones recogidas aquí, la autora ha perdido la violencia característica de otras obras, pero ha aumentado su vuelo imaginativo, pues persiste y ahonda en el impulso alucinatorio e irracionalista como método de aprehensión de la realidad.
A su vez, son continuos los juegos de palabras con las variaciones y derivaciones fonéticas. De hecho, algunos textos de La zanja resultan expresiones de poesía fónica. Reiteraciones y repeticiones (significativamente, con mucha presencia del número tres) se despliegan y se desarrollan constantemente en los versos.
También emplea libremente la disposición del texto en la página, lo que refleja la pretensión de desborde de los marcos prefijados y de los lugares comunes por parte de la autora. Esa inquietud se corresponde con un ímpetu de indagación. Dicho afán se vincula física (y metafóricamente) con la acción de excavar, de adentrarse en la materia, como bien explicita la cita de Anne Carson que abre el volumen. No en vano, estos poemas dan a entender que Viñaspre concibe la escritura como un ejercicio de liberación de ataduras, de ruptura con lo establecido. Sin embargo, nos dice: «escribo para restaurar el orden». En ese sentido, esta aseveración puede resultarnos contraria a lo que los propios poemas revelan. Pero a lo que se refiere Viñaspre es más bien a devolver el orden caótico frente al falso orden normativo que ha impuesto el ser humano, y que han encorsetado tanto la manera de pensar y de percibir la realidad como las distintas formas de imaginar las posibilidades y las alternativas de su ruptura. Finalmente, en ese uso libérrimo de las posibilidades del lenguaje, algunas piezas recogen un uso excepcional de la tensión y del pulso del verso, que baila entre el descontrol del flujo de conciencia y la severidad de la precisión. Además, puntualmente, aplica a algunas piezas un anclaje crítico con la sociedad (que nos conecta con el mencionado Tablas de carnicero y Órbita cementerio).
Por otro lado, de nuevo, los animales vuelven a situarse en el centro de la simbología y de la imaginería. Tras los caballos de Pensatorium o las reses de Tablas de carnicero, en esta ocasión, les llega el turno a los pájaros y al ciervo, especialmente, aunque sólo ocupan esa posición en una parte de esta obra.
Al hilo de esta cuestión, siempre dentro de una unidad de sentido, La zanja resulta el poemario menos homogéneo de Viñaspre, quien ha ido ofreciendo volúmenes muy unitarios previamente. Pero también constituye uno de los de mayor poder de irradiación y de investigación lingüística por su parte.