Ismael Martínez Biurrun: «Un minuto antes de la oscuridad»
por Alberto García-Teresa
Fantascy, 2014. 322 páginas
Resulta llamativo cómo el subgénero apocalíptico está gozando de una gran fertilidad en los últimos años (más aún si entendemos ciertos enfoques del subgénero de zombis como una corriente del primero). No se antoja casual que se corresponda, precisamente, con la actual crisis económica y con el agravamiento de la crisis ecológica. Sin embargo, estos escenarios apuntan más a la inevitabilidad de la catástrofe que a una crítica del sistema económico y social que lo ha generado. En ese sentido, como afirma Jorge Riechmann, es tan alarmante como sintomático que contemplemos antes el fin del planeta que el fin del capitalismo.
Ismael Martínez Biurrun, tras moverse con soltura y eficacia en otros terrenos del fantástico y del terror, se incorpora a esta tradición aportando un escenario netamente propio, como resulta la ciudad de Madrid y su configuración urbana: más allá del anillo de la M-30, la primera de las carreteras de circunvalación de la ciudad, reina el pillaje, la devastación y el miedo.
La narración en Un minuto antes de la oscuridad avanza con fluidez y se articula en torno a la figura del héroe. El protagonista, Ciro, habitante de una de las barriadas exteriores, trata de mantener la estabilidad de su familia, en su trabajo, en su comunidad, rememorando un orden anterior alrededor del estatus de ciudadanía frente a una inquietante masa indefinida de saqueadores. El autor sabe presentar con concisión el desasosegante panorama y rápidamente introduce una trama de novela negra que puntea la historia de supervivencia. Sin embargo, ambas corren paralelas, sólo compartiendo el protagonista, pues hasta físicamente su acción se desarrolla en espacios diferenciados. Además, la trama de asesinatos arranca con intuiciones y se mueve por demasiados lugares comunes. Pero realmente el acierto de la obra reside en esa inminencia del desastre a la que alude el título del libro. La novela se mueve en un lento proceso de descomposición que, en definitiva, exhala un amargo pesimismo y que, finalmente, constituye el rasgo que le dota de una atmósfera propia.
Por otra parte, Biurrun añade al relato apocalíptico otros elementos, como el tema del doble (aquí plasmado mediante los “miméticos”; seres clonados totalmente sumisos). Incluso, la turba de saqueadores posee muchas similitudes con la masa de zombis. A su vez, explota la dicotomía dentro-fuera siguiendo los criterios de urbanismo europeo y latinoamericano y las interpretaciones políticas contemporáneas. Lo céntrico aparece como lugar controlado y lo periférico se instaura como lo amenazante, como lo ajeno (de ahí su posibilidad de autoorganización), aunque en verdad la podredumbre y la corrupción lo alcanza todo. De igual manera, se abre una crítica desencantada de las posibilidades transformadoras desde dentro del sistema (que habrían tenido lugar antes del presente de la narración).
Un minuto antes de la oscuridad, por tanto, ofrece un escenario en cierto modo original, sabe emplear con solvencia los recursos narrativos y construye como conjunto una sugerente atmósfera de decadencia aunque no logra consolidar una trama cohesionada que alimente el buen aparato novelesco.