Michiel Coxcie. Un maestro flamenco con espíritu renacentista
por Carmen González García-Pando
Museo M de Lovaina. Bélgica. Del 30 de octubre de 2013 al 23 de febrero de 2014
Que en el siglo XVI una persona viviera más de noventa años era algo casi impensable, si además fallecía no por muerte natural sino como consecuencia de un accidente cuando laboraba sobre un andamio en unas pinturas murales, pareciera que estamos hablando de ciencia ficción. Pero lo cierto es que se trata de un hecho real acaecido en la ciudad belga de Malvinas y su protagonista fue el pintor flamenco Michiel Coxcie. Sobre este ser extraordinario versa la retrospectiva que el museo M de Lovaina presenta este otoño. Una muestra que pretende el reconocimiento artístico de un hombre al que la historia ha silenciado injustamente durante mucho tiempo.
Una larga y fructífera vida
Sin embargo este largo anonimato no fue siempre así. Coxcie (Malinas, Bélgica 1499-1592) fue admirado por muchos de sus contemporáneos que veían en su arte una chispa de originalidad muy alejada de lo que se hacía en aquel momento.
Su trayectoria artística comenzó de la mano del maestro Bernard van Orley en Bruselas, quien le enseñó la técnica de la pintura al fresco. Una enseñanza muy útil que empleó en su viaje a Roma en varias iglesias. Precisamente en Italia vivió una de las experiencias más importantes a nivel profesional al conocer algunos de los grandes pintores del Renacimiento como Miguel Ángel, Leonardo y Rafael. De ellos aprendió el estudio anatómico de las figuras, la fuerza del color, la audacia de la composición… una serie de pautas que, unidas a su peculiar estilo flamenco, donde el paisaje está siempre presente y los detalles cobran relevancia, dio lugar a un arte muy personal e innovador. Durante los nueve años (1530 -1539), que el artista vivió en Roma sumergido en este ambiente, logró adaptarse con acierto al estilo italiano. Decoró capillas y diseñó grabados como “La fábula de Psique”, una serie de imágenes que fueron erróneamente atribuidas a Rafael. Al regresar a su país natal, Coxcie traía impreso un arte distinto, un estilo renovador que no siempre fue por todos aceptado.
Se le apodó “el Rafael flamenco” por su estilo italianizante y similitud con el maestro renacentista; y la fama fue tan grande que muy pronto se convirtió en uno de los pintores más requeridos de su entorno y, en especial, por el emperador Carlos V el cual apreciaba hasta tal punto su pintura que, cuando se retiró a Yuste, de los seis cuadros que eligió, tres eran del pintor flamenco.
Artista polifacético…
Encumbrado por reyes y admirado por importantes personalidades, Coxcie recibió encargos de clientes procedentes de Amberes, Bruselas, Malinas… Su talento polifacético permitía que aceptara trabajar lo mismo en un retablo como diseñar cartones para tapices, vidrieras monumentales o series gráficas. La habilidad la plasmaba tanto en pequeñas piezas como esos dos dibujos que Rubens se “atrevió” a retocar o la serie erótica que ahora se presenta en la exposición; y también en grandes piezas cuyo ejemplo más singular son esas “joyas” del museo M de Lovaina. Nos referimos al “Tríptico Hosden”, una preciosa pieza que incomprensiblemente los comisarios han preferido mostrar dividida entre la exposición temporal y la sala permanente; y el “Tríptico de Morillón”, un homenaje a Guy Morillon, principal mecenas de Coxcie y secretario personal de Carlos V.
… y artista arrogante
Peter Carpreau y Koenraad Jonckheere, comisarios de la muestra, coinciden en señalar al artista como una de las figuras principales en la contienda que se estableció entre la iglesia protestante, reformista y la católica, anti reformista. Coxcie se posicionó al lado de la iglesia católica lo que le permitió llevar a cabo decenas de encargos para altares y obras religiosas de caballete como por ejemplo los lienzos de “David y Goliat”, “Santa Cecilia”, “Cristo con la cruz a cuestas” que ahora se presentan en la monográfica.
El poder que impregnó en su entorno fue creciendo hasta el punto que el propio Felipe II –que le nombró pintor de corte- llegó a interceder personalmente a sus peticiones en alguna ocasión. Esa seguridad de sentirse arropado por las altas esferas y su fuerte ego, le llevó a emular a su amigo el Duque de Alba al retratarse con la misma pose y atributos. Autorretrato en el que la arrogancia del autor le lleva a representarse como un San Jorge, el santo protector de la iglesia católica y símbolo de la lucha por la verdadera fe.
Copista o creador?
De las muchas copias de obras que Coxcie llevó a cabo en su vida hubo una especialmente relevante: el “Retablo del Cordero Místico” de los hermanos Van Eyck. Felipe II sentía admiración por esta joya flamenca y, al no poder conseguirla, pidió a Coxcie una copia. Pero el autor no se limitó hacer una fiel “radiografía”, sino que introdujo ciertos cambios estilísticos acordes con su estilo y, -otra vez su vanidad- le llevó a autorretratarse en la obra. Parece ser que fue generosamente retribuido y el monarca quedó tan satisfecho que trajo la obra consigo al regresar en Madrid.El retablo, compuesto de doce tablas, se dispersó con la invasión francesa por diferentes países. Para esta exposición, sus organizadores han logrado reunir las tablas de Bruselas, Berlín y Múnich pero no el “Adán” y “Eva” de Zaragoza. Una lástima como también la ausencia de la copia del “Descendimiento de la Cruz” de Van der Weyden que se aloja en el monasterio de El Escorial.
Decadencia
Cualquier persona que lea estas líneas se preguntará por qué una vida tan exitosa, un arte tan conocido y premiado terminó en el más absoluto olvido. Hay quienes piensan que, a su muerte, se le tachó de simple copista. El historiador Van Mander por ejemplo afirmó injustamente que su arte era una mera copia del de Rafael. Por otro lado, y al contrario con lo que a muchos artistas sucede, la calidad de sus últimas piezas fue bastante deficiente con respecto a los trabajos anteriores. Esto, y otros motivos que se desconocen, pudo dar paso al anonimato.
La exposición monográfica que el museo M de Lovaina presenta estos días es un primer paso para acabar con ese largo silencio y situar a Coxcie en el lugar que merece. Bienvenida sea.