Raúl Zurita: «Zurita»
por Alberto García-Teresa
Delirio, 2012. 752 págs.
La última entrega del chileno Raúl Zurita, poco publicado en España a pesar de la excepcional calidad de su literatura, supone un reto a todos los niveles. Por un lado, en cuanto a la propia edición de este voluminoso poemario. Por otro, para su autor, dado el rigor exigido para obtener la cohesión y la intensidad del libro. Finalmente, para el receptor, en el mejor sentido de aventura, por adentrarse en un conjunto de gran densidad, extenuante en su lectura.
El poemario se articula alrededor del 11 de septiembre de 1973, el día del golpe de Estado de Pinochet; una fecha que el propio Zurita desea que constituya el centro de su propia vida. Así, el volumen se divide en tres partes: el atardecer del día 10, la noche entre el 10 y el 11 de septiembre y la mañana del 11.
El poeta sabe convertir estos sucesos en algo atemporal; extraerlos de su localismo para recoger ahí a todas las víctimas de las dictaduras, de las guerras (desde Troya), de la opresión: «Gentes de Hiroshima… ¿Qué es el Paraíso?». La épica de esta magna obra reside en resultar un canto general a todos los torturados. De hecho, como ha expresado en una entrevista, Raúl Zurita entiende que «estas tragedias detienen el tiempo. Desde el primero hasta el último esclavo se juntan en un solo instante». Así, el escritor desarrolla una fuerte crítica política pero también manifiesta un posicionamiento moral personal ante la vida.
La obra parte de una voz poderosa que está determinada por un registro marcado por la desolación. Los textos se disponen como bloques de texto o más bien bloques de conciencia revelada. A su vez, títulos repetidos, reiterativos o variaciones encabezan dichos textos, que, igualmente, emplean repeticiones de versos y fórmulas y ritmos salmódicos. De hecho, se produce una violación absoluta de las leyes temporales (escribe a veces hablando de un pasado remotísimo que es sin embargo reciente), que responde no al tiempo físico sino a la huella que en el tiempo de los humanos horadan los acontecimientos, expuesto con saltos y cambios continuos. Además, se recuperan algunos textos anteriores, pero el escritor los integra perfectamente en un volumen pleno de sentido. Zurita, de esta manera, elabora un entramado entretejido por la angustia.
Destaca la poderosa presencia del soberbio paisaje chileno. Su desnudez y su majestuosidad apoyan una percepción empequeñecida del sujeto, tanto por la naturaleza como por los propios sucesos históricos. Además, el paisaje se interpreta y se manifiesta como producto y productor de una descomunal violencia. Igualmente, se produce una fusión de la naturaleza con los acontecimientos históricos, o bien se personalizan a través de ella. Así, por ejemplo, el mar aparece constantemente como una extensión de cadáveres (de aquellos que fueron arrojados por los fascistas desde los aviones).
Por todo ello, Zurita constituye una obra excepcional. Aglutina de manera integrada tanto un canto al vasto paisaje como la reflexión existencial, el registro narrativo, el relato autobiográfico y el relato colectivo. Yuxtapone todos esos registros e, incluso, el personaje desde el que se enuncia el «yo» se alterna y varía sin obstáculos. Además, el discurrir constantemente se convierte en delirio, en estremecedor delirio expresionista (como la serie “El mar”); un tono donde brilla especialmente su poesía.
De esta manera, Raúl Zurita nos ofrece una monumental obra sobre los torturados, sobre los desaparecidos, original y poderosa, que emplea de manera magistral el paisaje para dotar de imponente forma plástica y de global dimensión trágica la historia concreta de la represión dictatorial chilena.