Antonio Crespo Massieu: Elegía en Portbou
por Alberto García-Teresa
Bartleby Editores, 2011. 184 páginas.
Con la excusa de Portbou como símbolo de la confluencia de la tradición intelectual e histórica que allí se congrega, Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) construye su más lograda obra; un gran poema sobre la Historia y sobre quienes la componen, sobre el sufrimiento, y también las vías para enfocarlo como impulso en la lucha por la justicia, la dignidad y la memoria. El volumen recoge un único y extenso poema, dispuesto en diez secciones numeradas y tituladas la mayoría con el último verso (o parte de él) de cada sección. Estas, a su vez, se hallan divididas en fragmentos sin numerar.
Elegía en Portbou destaca por una gran unidad de registro y estilo. Agrupa largos versos, donde abundan los que poseen en torno a las veinte sílabas, que responden coherentemente con el tono meditativo que imprime el poeta. A pesar de ello, la obra posee una extraordinaria intensidad, lograda mediante una atmósfera muy bien mantenida, un gran cuidado del lenguaje y un constante entrelazado de drama, dolor, ternura y esperanza.
De esta manera, se lleva a cabo un proceso continuo de indagación en las consecuencias de la Historia, en la comprensión de la sociedad y en la propia naturaleza del ser humano. La sintaxis empleada por el autor, que se suele apoyar en las enumeraciones y en el encadenamiento de oraciones subordinadas, contribuye en buena medida a ello. Además, posee mucha importancia en esa tarea la contemplación (especialmente del paisaje), que abarca todo, pues el «yo poético» deriva su pensamiento a raíz de lo observado; lo dispara desde lo concreto, desde la reflexión inmediata de lo tangible.
Dentro de la trayectoria literaria de Antonio Crespo (autor también de los excelentes poemarios En este lugar y Orilla del tiempo, además de la colección de cuentos denominada El peluquero de Dios), este volumen supone la culminación en el progresivo uso de citas que ha ido incorporando el autor, especialmente en sus libros de versos. En esta ocasión, aparecen para crear una malla textual en la cual desaparece lo individual a favor de la cultura como saber colectivo, puesto que se encuentran integradas (resaltadas con letra cursiva) dentro de los propios versos. En ese sentido, comparando la presente obra con sus predecesoras, destaca que en este volumen sí que se emplean signos de puntuación, aunque, sin embargo, el chorro de enumeraciones que inunda buena parte del poemario se asemeja mucho al chorro de conciencia de títulos anteriores.
Crespo otorga una importancia fundamental a la Historia, que resulta vertebral y vertebradora de los individuos, que nos constituye de modo íntimo («nada evita la historia», escribe). Utiliza, de hecho, una cita memorable de Walter Benjamin para enmarcar todo el volumen: «el don de encender en el pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos están seguros ante el enemigo cuando este venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer».
Por otra parte, Portbou aparece como un espacio físico concreto en el que se agrupa y se pliega toda la Historia (o indicios de toda ella); como si de un aleph se tratase. En concreto, el cementerio de esa localidad sirve especialmente de punto central sobre el que se gira y se vuelve la meditación. Además, el escritor usa a distintos personajes históricos como anclas recurrentes, que cohesionan una obra que pretende desbordar los límites de tiempo, espacio y configuración textual al desobedecer sus límites, al conjugarlos todos en el presente y en un mismo lugar.
Con todo ello, el autor presenta una constante convocatoria al encuentro (no en vano, habla desde un «nosotros»), donde llama a todo lo vivo. En ese punto, sobresale un intenso tono épico que irrumpe entonces, elevando la implicación emocional en y del texto. Y es que Crespo otorga a la poesía la capacidad de poder convocar y servir de reunión a los resistentes. No en vano, el poema habla con, de y desde los derrotados, desde las víctimas, con quienes forma comunidad, y con los cuales avanza hacia el futuro. Así, recoge una búsqueda de lo colectivo en un entorno hostil que favorece lo privado y lo individual: «cómo llevar el roto plural». De este modo, el escritor ensalza la insistencia en la resistencia, y resulta llamativo cómo habla de un continuo «regreso» cuando alude a esa actitud.
A su vez, realiza una continua proclamación del amor, de la compasión, que aparece como vértice de la Humanidad, de la vida, de la habitabilidad. Resulta, al respecto, muy interesante su proyección hacia la naturaleza, en la que el ser humano se prolonga en el paisaje, en los otros animales, en la vegetación (se constata una alusión permanente a lo elemental). De esta forma, amplía la comunidad también al entorno natural. Por tanto, para Crespo Massieu, el individuo no sólo no se compone él en sí mismo, ni siquiera ya en el colectivo de personas, sino en todo el entorno natural que está a su alrededor, de manera global. Por este motivo, plasma un canto de fraternidad con los animales no humanos, en el que destaca el hermosísimo poema dedicado al perro que es “Esta extraña fidelidad tan perruna y nuestra”.
Así mismo, los presenta como maestros éticos dado que el poeta manifiesta un fuerte anhelo de alcanzar su misma asunción plena e inocente de la vida que poseen. En esto se rastrean, además, ecos de la filosofía taoísta, en cuanto ímpetu vitalista presentista, a asumir lo que sucede sin situarse en el futuro, adaptándose a las dificultades para salvarlas. Igualmente, se constata una fuerte presencia de la inminencia en sus textos, y existen muchas alusiones a la fragilidad, a lo trémulo, a la levedad: «Todo lo vivo como temblor». Además, expresa una búsqueda del asombro como impulso para vivir y entender la realidad.
De esta manera, proyecta en la naturaleza pensamientos sobre el ser humano y la Historia. Entonces, la utiliza como símbolo, a la vez que entronca con el alcance totalizador que busca el autor en su poesía: «Este tejido de fracasos entretejido de derrotas, vacilaciones, / este límite que nunca se alcanza / es también el mar». Precisamente, esa mirada totalizadora es la que configura un libro como este, denso e intenso, proclive a las relecturas, en el cual bucear.
Por su lado, en Elegía en Portbou aparecen muchos personajes muertos, con lo que se construye también la memoria de los difuntos. A través de ellos, se realiza un relato íntimo de la opresión, que aparece a nivel colectivo pero también individual. En especial, se presta gran atención a los judíos que sufrieron el Holocausto.
De este modo, Crespo consigue un gran poema sobre el sufrimiento, incluido el de la naturaleza. Comparte una escritura que ha surgido desde el dolor, desde la desolación, pero que mantiene la mirada puesta en el horizonte. Así, rastrea las raíces que puedan consolidar la esperanza como motor de cambio hacia un mundo digno para todos y para todo: «Está la llaga y la luz y la luz prevalece, ilumina y salva».
En ese sentido, se recoge una notable tensión entre la esperanza de realizar y alcanzar los sueños y una realidad de guerra, tortura y muerte. Este contraste queda sobre todo remarcado en la figura de los niños, más vulnerables pero también más imaginativos, menos acorralados por el presente y mucho más simbólicamente ligados al futuro.
En suma, Antonio Crespo Massieu ha logrado un poemario excepcional, de una gran riqueza, lleno de matices, niveles y líneas sugeridas, sólidamente construido, con una propuesta filosófica muy ambiciosa, cuyo principal impulso es la esperanza y la salvación a través del encuentro, y donde late con fuerza el humanismo de fondo.