Esther Garboni: «A mano alzada»
por Alberto García-Teresa
(Libros de la herida, 2018. 72 páginas)
Entonando la ternura desde la indignación, la poesía de Esther Garboni (Sevilla, 1973) construye en un “yo” femenino fuerte aunque con aristas, que se resiste a la sumisión pero que conoce sus contradicciones y el peso de la tradición sobre ella.
Este conjunto de poemas bien construidos, cerrados, con un buen tono lírico, habla de ese conflicto con un registro crítico, pero sin posarse sobre lo cotidiano. Destaca el conjunto de símbolos que emplea al respecto. Sin embargo, en ocasiones destensa y rompe la atmósfera al bajar a lo explícito. De este modo, generalmente consigue levantar una distancia que se manifiesta necesaria para poder reconocer los procesos de humillación y el dolor y, a su vez, tener la capacidad y la valentía para nombrarlos. En efecto, los textos de A mano alzada hablan de la superación, de la liberación de esas servidumbres, de esas situaciones de opresión por el patriarcado. Igualmente, rompe con el amor romántico poniendo la vista atrás, desde lo dañado, aunque en el volumen se recogen también algunos poemas de amor. Estos, sin embargo, se embarcan en la tarea de la busca de otro tipo de relaciones sentimentales que sean respetuosas.
En otras páginas del libro, nos encontramos con una línea de su poesía que juega con la memoria. Garboni extrae lecciones de vida de los recuerdos evocados. Pesa, entonces, la reflexión sobre la muerte y la reorientación de la vida y del vitalismo a partir de esas conclusiones.
Finalmente, hay que señalar la presencia continua de la metapoesía. La escritora se plantea qué es la poesía pero desde una óptica inversa: no de la vida al texto, si no en la constitución de la vida porque, para Garboni, esto que sucede en la vida es poesía. Ahí es donde reside. De esta manera, para Esther Garboni, la poesía supone un asidero constante, pues se presenta como un canto de dignidad, ternura y resistencia ante la adversidad, aunque siempre consciente de sus límites.