Jordi Doce: «Nada se pierde. Poemas escogidos (1990-2015)»
por Alberto García-Teresa
Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016. 178 páginas
Releer y evaluar un cuarto de siglo de escritura poética desde la madurez (cuando ya ciertos caminos vitales y poéticos se dan por clausurados), desde unos ojos sabios que han ido enriqueciéndose con multitud de lecturas y tradiciones, constituye, sin duda, un ejercicio complicado, que puede poner la autoexigencia por encima del justo mérito de los textos. Jordi Doce se propone llevar a cabo esta tarea con este volumen, en el que se ratifica, desde el título, la imposibilidad de deshacerse del pasado y la constatación de lo legado. 77 poemas de toda la producción del autor se rescatan, determinados por su “vigencia” o trascendencia. Doce reconoce que “toda escritura, en sentido estricto, es ocasional”, pero matiza: “aunque el poema, para serlo, deba trascender su ocasión; sólo así podrá habitar el presente perpetuo de la lectura”. Con esa perspectiva, Doce (atentísimo lector y traductor) se embarca en este proyecto sin poder resistirse a la reescritura y a unas pequeñas correcciones. Más allá de ello, la selección, dispuesta en orden cronológico de elaboración y sin referencia al poemario original de procedencia, también busca dejar constancia de indicios y tanteos con otros senderos poéticos, y, en conjunto, consigue una excelente muestra de la trayectoria de este poeta.
Entre la aceptación del instante y la recreación en las posibilidades de la incertidumbre y del estremecimiento se mueven las piezas. La escritura es interpretada como un ejercicio de distanciamiento (que implícitamente permite la reflexión sobre la realidad), de los puntos de inflexión de la vida más o menos trascendentales, pero siempre umbrales de un cambio. Abunda el registro descriptivo, que suele conllevar una meditación posterior. También destaca la gran plasticidad de sus versos, además de una gran capacidad de evocación: los poemas nos aportan escenas, imágenes o interpretaciones del entorno que resuenan largamente.
Al respecto, la luz tiene una presencia fundamental; la observación de la luz, su incidencia sobre las cosas, los paisajes y los personajes. Como si se tratara de cuadros, ella determina y construye una atmósfera propia en los poemas. La luz o su ausencia, de hecho, llegan a ser incluso el hilo conductor de las composiciones.
No es de extrañar, entonces, que la naturaleza cobre protagonismo y que se convierta en el centro de tramos importantes de su producción (los pájaros, sobre todo, aunque, según avanzan las páginas, también se deja constancia de piezas donde es el paisaje urbano o incluso el industrial). Se trata de naturaleza observada desde cierta distancia y tras una reelaboración intelectual que analiza lo que mira atendiendo también a lo emocional. Ese fijarse en el alrededor condiciona y conduce todos sus poemas, y genera un cuestionamiento de lo observado.
Por ello, podríamos calificar la obra de Jordi Doce como una “poesía de la mirada”.
Pero también se lleva a cabo un trabajo de exploración interior. De hecho, el contraste entre exterior e interior subraya la pasión de la relación amorosa; espacio compartido de la intimidad. Así, con ritmo pausado, Doce va tratando de constatar la “lección de permanencia” que la impresión de todo ello (y de lo que estimula) va obrando (memoria mediante) en el sujeto poético. De este modo, va tejiendo una reflexión atravesada por el asombro ante la vida, y que va poniendo en primer plano una recapacitación sobre la existencia; sobre su composición, su curso, sus desvelos.
Finalmente, la última sección del tomo (que recoge textos publicados a partir de 2005, incluidos varios inéditos en la fecha de cierre del libro) nos abre a otro discurrir, más abrupto, menos mecánico o fluido; a una ordenación menos lineal del discurso de sus poemas. Esas composiciones nos llevan a una observación y a una meditación traducida en retazos, apreciable a nivel sintáctico o en la distribución versal, y se corresponde con un tono más desolado.
A su vez, la pluralidad de formas que emplea (donde hay que resaltar la excelente construcción, ya sean poemas en prosa, en verso, más breves, extensos, aforismos…) pone en primer plano el talante inconformista del autor, así como una intención de explorar, de penetrar para asomarse a lo que se encuentra detrás y por debajo de lo superficial. Esa es una de las bases de su obra: la indagación, la observación atenta del mundo, con carácter reflexivo.
En definitiva, si nada se pierde, esta antología constituye una espléndida constatación de una trayectoria poética relevante y reveladora; una buena manera de hacer balance y de apuntar nuevas orientaciones para una obra aún en marcha.