Konstantin Stanislavski: «Cuaderno de dirección»
por Alberto García-Teresa
Trad.: Rodolfo Cortizo. La Pajarita de Papel, 2016. 278 páginas
Este volumen agrupa las anotaciones que Konstantin Stanislavski (mítico director teatral, renovador clave del oficio y maestro que conllevó a una inflexión en todo el género) utilizaba para sus clases, y que recopiló en el tramo final de su vida. Así, estos escritos aúnan experiencia, intuición, talento y audacia. En ellos, el autor construye un nuevo paradigma del trabajo actoral y de la propia concepción del teatro. Cuidadosamente editado y con abundantes notas que facilitan la contextualización, el libro recoge textos producidos desde 1901 a 1922. Con todo, Cuaderno de dirección resulta una obra fundamental, plenamente vigente, pues acudir a las observaciones de Stanislavski, todavía hoy, constituye un revulsivo contra las inercias y la supeditación del teatro a la rentabilidad económica y a la espectacularidad.
Las piezas seleccionadas están elaboradas con un enfoque eminentemente didáctico y práctico. De ahí la claridad expositiva, la fluidez del discurso y, en definitiva, lo centrado en cada tema (van al grano y de manera muy certera) de cada una de las notas. Esas características logran que estos textos mantengan una gran frescura. Sin embargo, a pesar del aterrizaje continuo sobre cuestiones concretas, estas páginas no eluden la formulación teórica. De hecho, podemos extraer de las palabras de Stanislavski brillantes reflexiones al respecto.Ante todo, hay que destacar que los escritos recogidos transmiten su pasión por el teatro y por el trabajo actoral, pero desde una profunda exigencia y una implacable autocrítica. Se trata de papeles que reflejan una convicción profunda en el teatro como arte y como herramienta de comunicación y de conocimiento frente al “teatro espectáculo”; vacío, lleno de clichés, alienante y degradante:
“El teatro es un entretenimiento.
No conviene dejar de lado este elemento tan importante para nosotros. Que los espectadores vayan siempre al teatro con el fin de entretenerse.
Pero hay entretenimientos y entretenimientos. (…)
Termina la función y nos sentimos agitados, pero no como la vez anterior. No sentimos la necesidad de aplaudir. El estado de emoción es tan grande que nos obliga a concentrarnos, a profundizar en los que acabamos de ver.
Cuando las emociones recibidas son conmovedoras nos dejan una huella profunda.
Quedan cuestiones que no hemos entendido del todo, que piden una respuesta.
Necesitamos volver a ver la función.”
Stanislavski analiza con acierto los males de su profesión que se daban en su tiempo (como las indignas condiciones laborales, la acomodación de los actores a tipos fijos y marcados de interpretación, los personajes planos, la producción en masa por exigencias comerciales, etc.) y busca cómo solventarlos desde la base y atendiendo a lo específico, siempre lanzando propuestas que encierran esfuerzo, inconformismo y respeto. El sustrato de todo ello es la dignificación de los agentes del teatro y la exploración de sus posibilidades artísticas. No en vano, afirma: “Hay que luchar contra la rutina porque es la peor enemiga del teatro”.
Ahonda en la técnica de interpretación y en las tareas de “preparación” de actrices y actores. Al respecto, hace hincapié en el carácter creador del actor y en conceptos como la “encarnación” y la “vivencia”. Además, queda patente su apuesta por el trabajo constante, por el aprendizaje continuo, donde se dan la mano severidad y pasión. De sus palabras, además, se desprenden una humildad y una sabiduría sólo conjugables en los grandes maestros (“cada conocimiento lleva al nacimiento de la duda”, escribe). A su vez, dotadas de una lucidez deslumbrante, las observaciones de Stanislavski no sólo son aplicables al oficio actoral o a la dramaturgia, sino que plasman una poderosa filosofía sobre cómo estar y cómo convivir en el mundo.
Tomemos como ejemplo alguno de sus reveladores puntos de partida: “El arte del teatro es liberador, pero las personas lo han esclavizado con condicionantes, reglas, tradiciones”. O: “El teatro es creación y no ‘virtuosismo de la técnica’. Es un proceso creador”. En ese sentido, hay que resaltar su énfasis en la concepción del teatro como el resultado de un esfuerzo grupal, y no producto de una individualidad o la articulación alrededor o desde una figura de mayor peso: “El trabajo colectivo está basado en la combinación armónica, en un todo único, de muchas y diversas creaciones. Está combinación se denomina ‘ensamble’ (…) [y] es el objetivo primordial para todos los creadores en el arte del teatro”.
Las reflexiones de Stanislavski, por tanto, nos remarcan la autenticidad y la dignificación del teatro entendido como arte; como arte humano. En la sencillez de su comunicación, además, reside la potencia de su lucidez y de su honestidad, alejada de todo exhibicionismo intelectual. Se trata de un volumen que logra trasladarnos su pasión por el teatro, contagiarla y obligarnos a asumir sus dificultades, sus riesgos y sus satisfacciones. Por ello, este Cuaderno de dirección constituye una lectura fundamental para profesionales y aficionados al teatro y a la Teoría de la Literatura, y, asimismo, muy recomendable para lectores atentos y reflexivos.