Algunas notas (escoradas) sobre la poesía de Ana Pérez Cañamares
por Alberto García-Teresa
Con paso tranquilo pero constante, asentando con humildad cada nueva publicación, que iba consolidado una honesta progresión aún abierta, la poesía de Ana Pérez Cañamares (Tenerife, 1968) ha configurado un espacio propio en el que se conjugan la dimensión personal, íntima, crítica, colectiva, política de la vida, por un lado, y la faceta comunicativa del lenguaje como alterador de conciencias y posibilitador de la empatía, por otro.
La escritora ha publicado, además de un inaugural libro de relatos (En días idénticos a nubes; 2003), los poemarios La alambrada de mi boca (2007), Alfabeto de cicatrices (2010), Las sumas y los restos y Economía de guerra (2014). En ellos, se halla una poesía de dicción clara y verso pulido, de gran intensidad, en donde apuesta por la construcción redonda de los poemas y por la precisión. De hecho, ese trabajo de concisión es el que le ha llevado a componer también un libro de haikus (Entre paréntesis; 2012) y un volumen de aforismos (Ley de conservación del momento; 2016).
Una característica fundamental para comprender tanto su poética como su apuesta ideológica reside en que sus versos se confeccionan con referentes cercanos. Así, Cañamares levanta sus poemas desde un “yo” que indaga en la cotidianeidad, consciente de la capacidad de identificación del lector en ella.
Al hilo de ello, Cañamares trata de comprender el mundo y a sí misma. Realiza una lectura moral de la sociedad y busca su sentido. En muchas ocasiones, apela a un “tú”, pero ella es la primera que quiere escucharse y aspirar a sus propuestas. Porque Cañamares realiza una continua reflexión sobre la vida, sobre la propia vida, que aterriza en lo concreto, en lo que rodea al “yo”. Es decir, recapacita sobre el camino recorrido, el camino que estamos pisando y el camino al que queremos llegar.
Al respecto, su obra está profundamente atravesada por el vitalismo y por el canto y la celebración de la vida. Ello otorga un ritmo y una potencia muy significativa a sus versos. La autora rastrea la presencia de la belleza, pero de una belleza ligada a la sencillez y a la alegría y, especialmente, la busca en la naturaleza. Emplea y exalta el asombro como impulso para ello. Como contraste, Cañamares expresa una clara conciencia de la muerte, de la injusticia, de los cadáveres que cimientan nuestra sociedad. De ahí, precisamente, brota la esperanza, porque supone una constatación de que existen razones para continuar resistiendo.
En líneas generales, podemos afirmar que su obra se sostiene en dos patas. Una de ellas es el ámbito familiar, tanto ascendente como descendente (como hija y como madre), que está basado en el recuerdo, la incidencia en lo relacional y en lo emocional y el continuo aprendizaje humano que se produce allí. Trabaja, por tanto, con lo afectivo y lo levanta como un espacio de refugio, de fortaleza desde cual encarar el contexto adverso en todos los sentidos.
Al respecto, la otra de esas dos patas es la crítica social, la denuncia de un sistema injusto, asesino, excluyente; la denuncia del capitalismo, del patriarcado y del ecocidio.
En ese sentido, resulta muy llamativa su crítica del ámbito laboral. A él se aproxima con la perspectiva de la alienación. Por eso sus múltiples alusiones al vacío, al hastío, al tedio, a la falta de realización; a la entrega de energía, de entusiasmo. Además, de manera constante, manifiesta un peculiar enfoque del tiempo subjetivo dentro de ese marco regulado y normativo como válvula de escape.
Por otra parte, hay que destacar cómo dispone esa poesía desde la afección del sujeto como parte de una colectividad. De esta forma, construye sus poemas desde los efectos individuales de las relaciones sociales, atendiendo a lo particular, a cómo incide en el “yo”, especialmente en los efectos emocionales (constructores de vínculos, a su vez), pero despega su mirada de él para comunicar, empleando el concepto de Isabel Pérez Montalbán, “lo íntimo colectivo”. Así, reconoce que esos efectos no son cuestiones personales, sino que forman parte de unas causas sociales, comunes, como son la naturaleza del trabajo asalariado, las condiciones de explotación o la instrumentalización de la voluntad por la democracia parlamentaria. Resulta interesantísimo cómo interioriza y enuncia desde ahí los conflictos económicos, sociales y de género de nuestro tiempo. No en vano, sabe leer muy acertadamente desde lo concreto lo que está ocurriendo o cómo funciona lo global. Además, lleva a cabo una constante reivindicación de la dignidad. Ese es el punto de partida de su enfoque crítico, de la denuncia contra quienes nos la arrebatan.
Una vez que tiene acotado el terreno del “yo”, que define su identidad, una vez que muestra firmeza en su voz, que la desarrolla como lugar de enunciación digno, respetable y respetuoso, Cañamares se dirige al “vosotros”, a la plaza, pero siempre desde una perspectiva humilde. Ese “hablo de mí porque yo soy cualquiera” que ella formula atraviesa todos sus libros, desde su primera publicación. A su vez, se manifiesta un hermanamiento continuo con otras personas, siempre desde abajo. De este modo, la autora abre vías para la empatía.
En otra línea de poemas, más propositiva, plantea y anhela la realización de la vida plena (fuera de las lógicas mercantilistas y mercantilizadas). Igualmente, se ubica en un entorno cercano, en un contexto cotidiano, y la escritora aporta sus reflexiones desde esa cotidianeidad. Sin embargo, no emplea un registro narrativo para plasmar y desarrollar esas escenas, sino que sabe sólo apuntarlas sucintamente.Al respecto, las piezas de Ana Pérez Cañamares muestran pocas imágenes. La escritora busca más lo simbólico y la metonimia, aunque, cuando aparecen las imágenes, se presentan con con una corporeidad patente al ser ancladas al “yo”. Con todo, Cañamares despliega más un verso desnudo y cincelado que una sucesión de metáforas. En ese sentido, formalmente, hay que destacar la contención de la rabia en su tono. Logra contundencia pero halla el equilibrio para huir del grito y acercarse a la aseveración serena. Su trabajo con los cierres de los poemas resulta extraordinario, y suponen estos el culmen perfecto para unos textos que poseen una cuidada tensión y una precisa gradación.
Ana Pérez Cañamares, por tanto, despliega un trabajo de autoconocimiento y cuestionamiento del mundo mediante un verso preciso y un anclaje firme en el “yo”, en proyección y vinculación constante con su alrededor. Así, su poesía articula y atraviesa las distintas esferas del individuo y de su inserción en la sociedad, siempre desde una mirada atenta, crítica y sincera. Recorrer su obra, en definitiva, nos permite recorrer también nuestro tiempo desde unos ojos claros y una voz inclaudicable porque sabe que le va la vida (y la dignidad) en ello.